Ana Wajszczuk, escritora: “La industria de la fertilidad puede resultar muy frustrante y muy deshumanizada”

Ana Wajszczuk, escritora: “La industria de la fertilidad puede resultar muy frustrante y muy deshumanizada”

La periodista y editora argentina publica en España ‘Fantasticland’ (Paripé Books), una novela sobre el deseo ser madre o no, y del espinoso camino de la reproducción asistida para conseguirlo

Así es la fórmula que ya utilizan algunas familias para acabar con el exceso de cumpleaños infantiles

Ana, la protagonista de Fantasticland (Paripé Books, 2025) se propone tener un hijo con su pareja, pero pronto se da cuenta de que no será posible. Al menos, no de la manera tradicional. A partir de ahí, se sumerge en el universo de la reproducción asistida, y va narrando su periplo a través de un sistema que la va enfrentando a decisiones muy complejas: ¿cuánto merece la pena sacrificarse por el deseo de tener un hijo? ¿Cómo afectan los procesos de hormonación y sus sucesivas esperanzas y desesperanzas a la relación de pareja? ¿De dónde nace el anhelo de tener un hijo propio, en lugar de uno adoptado o con genes distintos? Todas esas preguntas se las ha hecho también Ana Wajszczuk (1975), autora argentina que presenta ahora en España esta novela basada en sus experiencias con la maternidad.

En la novela exploras el deseo de maternidad. Un deseo que, como cualquier otro, puede ser apremiante y obsesivo. En el caso de la reproducción asistida, además, también puede estar asociado a grandes costes físicos, psicológicos y a veces incluso económicos. Cuando tú no estabas buscando un bebé, ¿tenías una opinión formada acerca de lo que las mujeres estaban dispuestas a pasar para quedarse embarazada? ¿Cómo veías el proceso desde fuera? 

No, y por eso me pareció interesante poder contarlo en un libro. Cuando yo, no la protagonista del libro, empecé a querer tener un hijo fue hace más de diez años, y no tenía a nadie a mi alrededor que hubiera tenido ningún problema de fertilidad, ni tampoco era algo que se hablara mucho. No tenía la más pálida idea de qué significaba un tratamiento de fertilidad. De hecho, creo que parte del duelo que tuve que hacer, y que le trasladé a la protagonista del libro, tiene que ver con eso: con darse cuenta de golpe de que algo que una cree que es sencillo y que todo el mundo puede hacer, tener un hijo de manera ‘natural’, no le estaba resultando. 

Me parece que en estos diez años el tema sí ha ocupado las conversaciones, e incluso se habla de congelar óvulos entre personas que no están en el proceso de tener un hijo. Pero sigue sin haber muchas novelas que hablen de todo esto. Yo no encontré prácticamente ninguno hasta publicar este en Argentina, hace dos años.

Quizá, después de todo, sigue siendo un tema tabú… 

Sí. Por eso me parecía un tema muy interesante, que abre un juego muy, muy rico para la literatura. Porque habla de decisiones humanas que son novedosas, en términos de que la reproducción asistida es algo relativamente nuevo. Pero, a la vez, abre preguntas que son de siempre: ¿Por qué quiero tener un hijo? ¿Qué pasa con mi pareja cuando tengo un hijo? ¿O cuando intento tener un hijo y no puedo? ¿Es un mandato? ¿Es un deseo? ¿Son las dos cosas juntas…? ¿Hasta dónde voy a llegar por tener un hijo, y de qué manera? ¿Soy menos madre si lo tengo de esta manera? Hay un montón de cuestiones universales que abordar a través de algo ‘novedoso’, que es el acceso más masivo a los procesos de reproducción asistida. 

Por otro lado, también me parece interesante mostrar la historia desde el lado de una paciente de ‘la industria de la fertilidad’, que puede resultar muy frustrante y muy deshumanizada. Toda esa cadena de circunstancias por la que esta protagonista tiene que pasar está basada en mi experiencia personal y en la de muchas otras mujeres que conozco y que han atravesado procesos de fertilidad. 

No es algo solo físico querer tener un hijo y no poder. Implica también la relación con la pareja, la salud mental, las emociones…

En el libro se exageran quizás algunas cosas para poder mostrar la frustración y la ira y la desilusión ante un sistema médico al que le falta calidad humana, que creo que ha fallado mucho en acompañar a las personas en procesos de fertilidad. No es que vayas a la clínica porque te has roto un dedo: no es algo solo físico querer tener un hijo y no poder. Implica también la relación con la pareja, la salud mental, las emociones… Me parecía que estaba bueno poder mostrar ese periplo sobre el que quizás las personas que no tienen que pasar por un tratamiento de fertilidad no tienen ni idea, como la protagonista y yo misma no la teníamos antes de tener que atravesarlo.

Tengo la impresión de que también es difícil de entender, para quienes no están en este proceso, lo que a veces se percibe como una falta de límites por parte de las mujeres que buscan un hijo. ¿Dónde está el final de la carrera? ¿El máximo que una está dispuesta a soportar en un tratamiento que implica hormonaciones continuas –con todo lo que eso conlleva a nivel físico y emocional–, e incluso pérdidas prenatales?

Eso también me parecía interesante, sí. Mis editores en Argentina querían ponerle una bajada al título que especificara que hablábamos de maternidad y tratamiento de fertilidad. Y yo no quise, porque me parecía que era una historia que podía apelar también a quienes nunca tuvieran que pasar por eso: una historia de amor y de obsesión en un punto, y de ganas de tener un hijo, algo que nos constituye de alguna manera a todos. Porque todos, o somos madres o padres, o venimos de madres y padres. Entonces es también una experiencia muy universal, con esta particularidad que me parecía muy rica literariamente.

A propósito de tu pregunta, me acordé que justo hace unos días salió la actriz Jennifer Aniston a decir que, cuando quiso ser madre, todo el mundo le preguntaba: ‘¿Pero por qué no adoptas?’ Y ella decía: ‘Bueno, yo quería una personita que viniera de mis propios genes. Ese era mi deseo’. 

Las personas, a veces, hablan de lo que no conocen con la misma liviandad con que en el libro los médicos le proponen a la protagonista: ‘Bueno, y ahora que no podemos con este tratamiento, sigamos con esto, sigamos con el otro’, como si fuese algo lógico y no tuviera un montón de cuestiones, muy íntimas, muy personales y hasta morales y éticas para pensar. Desde afuera todo se ve como más simple.

Hay publicidad de clínicas de fertilidad que aseguran que si no nace un bebé tras el tratamiento, te devuelven el dinero… ¿Crees que esta idea es la que subyace tras la proposición casi mecánica de todo tipo de procesos a sus pacientes?

Sí, y además, a sus estadísticas les conviene ciertas cosas también: la estadística clínica necesita producir ‘recién nacidos vivos’, como dicen los médicos. Sanos.

En el libro, de hecho, llegan a proponer a la protagonista tener un hijo por ovodonación, y a ella esto le causa mucho conflicto interno por la misma razón que a Jennifer Aniston: quiere tener un hijo propio, suyo. Es un deseo que otros personajes casi tildan de egocéntrico… 

Me parece que el rechazo que tiene la protagonista se explica porque no concibe no saber de dónde viene ese óvulo. No poder contarle a su posible hijo o hija cuál es su origen genético. Acá en Argentina eso tiene un peso particular por venir de una dictadura donde más de 500 niños fueron robados de sus familias y criados con otra identidad. Creo que el hecho de saber de dónde uno viene genéticamente quizás es por eso especialmente importante. 

La donación anónima no es la única posible en la Argentina, pero a las clínicas es la que más les conviene en términos de productividad. Un par de personas que conozco que han optado por este tratamiento no saben qué decirle a sus hijos respecto a su origen, por lo menos, cuando son pequeños. Y me parece que el rechazo de la protagonista tiene que ver un poco con esto, con la anonimidad. Porque todo lo que se oculta tiende a ser tabú. 

También creo que el tema de la ovodonación es algo muy nuevo. Que su manera de ser madre tenga que ser diferente a cómo lo fue su propia madre o su abuela, también le genera rechazo a la protagonista. Me parece maravilloso que haya diferentes maneras de armar una familia que hace 50 o 60 o 100 años eran casi inconcebibles, pero a la vez creo que nos deja un poco en unas arenas movedizas en las que no sabemos bien adonde aferrarnos.

De hecho, cada vez aparecen más asociaciones de adultos que fueron concebidos con gametos de donantes anónimos exigiendo saber quiénes son sus padres, y poniendo de relieve el vacío identitario que les ha dejado esa falta de información. Esto está haciendo que se replanteen las condiciones de anonimidad de las donaciones en muchos países…

Y me parece fantástico. Me acuerdo de una película en la que sale un hombre que se decía que tenía 500 hijos porque había donado semen. No, no tiene 500 hijos: no son sus hijos. Hay términos que me parece que la industria del entretenimiento confunde un montón. 

Se nos pone mucha presión a las mujeres. No solo tenemos que salir perfectas de la clínica después de parir, sino que además tenemos que ser fértiles hasta los 50. Es una locura

Acá en Argentina ha pasado mucho que vemos a actrices o modelos que de repente a los 50 años aparecen con un bebé, y está perfecto que no quieran contar cómo. Pero también dan una ilusión falsa de que nosotras, como mujeres, podemos ser fértiles hasta cualquier edad. ¿Cuál es el problema en decir que fue con un óvulo? Hay algo todavía tabú que no se termina de desenterrar, y creo que eso nos pone mucha presión a las mujeres. No solo tenemos que salir perfectas de la clínica después de parir, sino que además tenemos que ser fértiles hasta los 50. Es una locura. 

Me parece que vivimos en un mundo donde los medios de comunicación y la industria del entretenimiento tampoco favorecen que se hable de estos temas de una manera que contribuyan a sacarle el polvo a las cosas y poder verlas como son. 

Pero hay que hablarlo, hay que decirles a los niños de dónde vienen. Esta generación empieza a ver que hay nenes que tienen dos mamás o dos papás, entonces creo que empiezan a entender que hay muchas maneras de llegar al mundo. 

Con el tema de la ovodonación, surge también otro asunto: para muchas feministas es difícil aceptar un óvulo conseguido de esta manera, sabiendo las condiciones tan precarias en las que se lleva a cabo la donación y los riesgos que corren las donantes… 

Yo creo que eso debería estar en el debate, y es también un poco la pregunta que me hago en el libro: ¿de dónde viene este óvulo? Acá no hay una donación: acá hay una compraventa, hablemos las cosas como son. Y a las mujeres les pagan muy, muy poco. 

No conozco ninguna mujer que haya dicho alegremente: ‘Voy a donar mis óvulos’. Las que lo hacen, lo hacen apremiadas por una necesidad económica. Por eso también la crítica a la industria de la fertilidad: todo esto es algo que, por supuesto, las clínicas no cuentan. Es como si el óvulo viniera del cielo. O como si viniese una donante con toda buena onda y te regalara algo. Sin hablar de los procesos, que una misma conoce por haberlos pasado. Son muy duros, y a cada mujer le afectan de manera diferente. A algunas quizás menos, pero en general, afectan mucho. Y no se sabe si veremos de aquí a 50 a 100 años qué consecuencias en la salud hubo para las mujeres que fuimos sometidas a procesos de hormonación… 

Digamos que los límites éticos en la industria de la fertilidad son bastante difusos. Es una industria a la que no le conviene que esas mujeres salgan a la luz, porque encarece sus costos. Y el libro habla de esto también, que vuelvo a lo que hablábamos al principio: ¿cuáles son los límites cuando la ciencia ya no tiene ninguno? Cuando la tecnología te permite cualquier cosa, los límites se los tiene que poner uno mismo también, porque si no te arrastra. A vos, pero también arrastra a otro montón de personas que están invisibilizadas dentro del proceso de una fertilización asistida. Ojalá todo esto se debata más y no se cuestionen todas estas cosas desde un lugar ‘resultadista’, por decirlo de alguna manera, sino ético. 

En el caso de la industria de la fertilidad, parece que tira más el negocio que la ética. Pero también vivimos en el contexto perfecto para no poner límites nosotras mismas: en el libro se refleja cómo la protagonista, cuando quiere quedarse embarazada, ve a su alrededor cómo muchas de sus amigas lo consiguen, o entra en Instagram y solo ve vídeos de parejas con bebés. En una sociedad de consumo como la nuestra, en la que estamos acostumbrados a tener inmediatamente todo lo que queremos, debe ser una sensación casi extraterrestre sentir que hay algo que queremos, pero no podemos conseguir… Sobre todo, cuando se supone que es algo tan ‘natural’.

Sí. Y temas como este te hacen tener que redefinir muchas veces tus deseos, porque no siempre se puede, y no siempre se puede de la manera que uno quiere. Lo mismo cuando hubieras querido tener un parto natural y tienes una cesárea. A través de estos temas nos damos cuenta de que, contrariamente a lo que te quiere hacer creer la sociedad, no todo está en tus manos, no todo es mérito propio. Se nos dice que todo depende de nuestro esfuerzo: te levantas a las 05:00 y te pones las tiras estas en la cara, para no arrugarte y haces no sé qué cosa… Pero estas experiencias nos hacen entender que no, que a veces hay que soltar y ver qué pasa, y lidiar con la situación.

A través de estos temas nos damos cuenta de que, contrariamente a lo que te quiere hacer creer la sociedad, no todo está en tus manos, no todo es mérito propio

Y está también toda esta confusión de tener un hijo como si fuese un derecho, cuando es un deseo. Acá en Argentina, además, hay varios personajes públicos de la televisión que de repente aparecen con sus hijos rubios, de nariz respingada y ojos celestes, perfectos. Pareciera una cosa que hasta tiene reminiscencias hitlerianas, que tiene que ver con criar a un hijo de diseño. Es como si la modernidad hubiera abierto una caja de Pandora que ya no podemos cerrar. 

Los procesos de fertilización asistida forman parte de esta caja de Pandora que ha ayudado a un montón de personas, pero que tiene un doblez muy peligroso: es un poco el fin de la humanidad tal como la conocimos. 

Si cambiamos la forma en la que nacemos, algo que tiene que ver con lo más esencial de la experiencia humana, estamos cambiando la humanidad. Por otra parte, creo que eso que mencionabas de que todo dependa de nuestro esfuerzo genera mucha culpa también: puede que haya quien sienta que, si no ha podido tener un hijo, es porque ‘no lo manifestó lo suficiente…’ 

Es un poco lo que le pasa también a la protagonista: ‘Estoy haciendo todo lo posible para tener un hijo. Pero quizá no lo tengo porque no hice tal terapia, no hice una sanación de útero…’. Porque así como está la industria de la fertilidad, también está todo lo que no viene por la alopatía, toda esa otra industria ‘alternativa’. Al final, puedes acabar pensando que si no querés tener un hijo es porque en realidad vos te estás haciendo daño a vos misma, no estás manifestando bien, como decís vos, no estás haciendo lo suficiente, o en el fondo quizás no querés. Es volver a poner la culpa en la persona y no en que, a veces, las cosas pasan. 

Y te pongo una nota al pie de esto: esa culpa casi nunca se le aplica a los hombres. Es otra carga más con la que tenemos que lidiar las mujeres por el hecho de ser mujeres. Un poco lo quise poner en el libro: al protagonista masculino, nadie le da bola, nadie lo mira. En las consultas médicas, nadie le dice nada.