‘Wicked: Parte II’ naufraga con un espectáculo anémico y se acerca al desastre

‘Wicked: Parte II’ naufraga con un espectáculo anémico y se acerca al desastre

La continuación de esta visión alternativa de ‘El mago de Oz’ sucumbe a todos los problemas que ya tenía el segundo acto de Broadway, y solo vuelven a brillar las actrices

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Es una verdad universalmente aceptada que los segundos actos de los musicales de Broadway dejan mucho que desear. Hay excepciones, pero lo normal es que la parte del espectáculo correspondiente al Acto II, después del descanso, sea mucho menos memorable y la decepción cunda en el patio de butacas. No hay una razón clara. La tradición del teatro musical neoyorquino es tan amplia como la variedad de circunstancias que pueden guiar la manufactura de un espectáculo concreto, así que conviene tirar de algún caso especialmente transparente y, a partir de ahí, elucubrar.

Por ejemplo, Hamilton. Una de las últimas y más colosales sensaciones de Broadway se concibió hace cerca de diez años a partir de una idea —la biografía de uno de los Padres Fundadores de EEUU— y una canción: Lin-Manuel Miranda ya había llegado incluso a interpretar el tema Alexander Hamilton en la Casa Blanca antes de diseñar un esquema completo con el repertorio correspondiente. La semilla había sido una canción, y no cualquier tipo de canción: una enérgica presentación de personaje. Podríamos sugerir, entonces, que la gramática de Broadway rinde mejor en lo que se refiere a abrir tramas y “prometer” cosas. Es cuando una euforia muy palpable, la propia de contemplar el horizonte, alimenta las expectativas del público y precipita su entusiasmo.

Quizá por eso buena parte de los grandes temas del cancionero de Broadway están en el Acto I. También suele ocurrir que los medleys —esos popurrís tan satisfactorios integrados por canciones previas— figuren al final del Acto I, para acabar en lo más alto antes del descanso. Con lo cual el Acto II debe limitarse a cerrar tramas —algo mucho más ingrato que abrirlas— mientras sacrifica la alegría por lo desconocido y lo posible. Las canciones pierden aplomo en consecuencia. Se hacen más melancólicas, acaso más íntimas, y, en resumidas cuentas, no dan tanto la sensación de que el musical de turno termine, como que en realidad se está apagando. Consumiendo lentamente.

El Acto I de Wicked —el otro gran “megamusical” antes de Hamilton— no concluye con un medley, aunque sí con su canción más famosa. Defying Gravity es una composición épica, de feroz e intenso dramatismo, con el que originalmente en 2003 presumían de chorro de voz Idina Menzel y Kristin Chenoweth, interpretando a Elphaba y Glinda. Defying Gravity es un tema imponente, un absoluto clásico pop —no es ningún secreto que Disney se inspiró en él para el Let it Go que Elsa entonaba en Frozen— capaz de agotar súbitamente la energía de Wicked, y de ponerlo bastante difícil para que el consecutivo Acto II pueda estar a la altura. Así que no lo está. Simplemente no lo está.

Esto, entre los seguidores de Broadway, es algo así como vox pópuli. Ahora que Wicked acaba de desembarcar en Madrid, en el Nuevo Teatro Alcalá, lo sabe un poco más de gente. Pero, por muy extendida que esté esta valoración, nada ha evitado que Hollywood tome la peor decisión posible para llevar Wicked al cine: dividir la historia en dos películas. Una por cada Acto. Terminando la primera Wicked con Defying Gravity, y siguiéndole un año después Wicked: Parte II a partir de ahí.

Dos películas, ¿para qué?

Puede que los ejecutivos de Universal se autoconvencieran de esta decisión al comprobar lo bien que le había salido la jugada a Denis Villeneuve con Dune —dividida igualmente en dos partes, ambas con gran éxito de crítica y público—; por eso se han esgrimido razones similares. Hay dos películas de Wicked porque se supone que así hay más tiempo para desarrollar a los personajes y los complejos temas de la novela en que se basaron Stephen Schwartz y Winnie Holzman para su espectáculo. Que no era El mago de Oz de L. Frank Baum, sino una historia posterior que escribió —aprovechando que los personajes ya eran de dominio público— Gregory Maguire.

Como sabemos, en Wicked: Memorias de una bruja mala Maguire planteó una versión alternativa a El mago de Oz a través del personaje de Elphaba, la Bruja Mala del Oeste. Con ello se preguntó por el supuesto origen de la maldad y por la forma en que la propaganda llega a afectar a nuestra percepción de la realidad; así resultaba que lo de “Bruja Mala” era una estratagema del Mago de Oz para mantener un régimen fascista, donde tanto Glinda (la Bruja Buena) como Dorothy llegaban a ejercer de “tontas útiles”. Con lo que, sí, evidentemente el planteamiento de Wicked es potente y —ya que las fake news y los políticos déspotas están más a la orden del día en Occidente de lo que lo estaban en 2003— merece que se le quiera enriquecer y ampliar. La época lo merece, diríamos.

Ahora bien, ¿es lo que han hecho las películas dirigidas por Jon M. Chu? Por lo menos la primera Wicked gustó: llegó a los Oscar y el año pasado se convirtió en la adaptación de un musical más taquillera de la historia. Aunque entonces ya percibíamos que este “alargamiento” no estaba sirviendo de mucho; pasábamos más tiempo en la Academia Shiz con Elphaba y Glinda un poco porque sí, para poder disfrutar de una rutina escolar similar al Hogwarts de Harry Potter. Los apuntes políticos se quedaban como estaban, ni más ni menos. Y ni siquiera había nuevas canciones.


Ariana Grande y Cynthia Erivo vuelven a ser lo mejor de la película

Cundía la fidelidad al material de partida, y la historia conducía puntualmente (solo que con un ritmo más lánguido) al clímax de Defying Gravity. Con lo que era inevitable temer qué pasaría a continuación. El fandom lo temía. Mientras Universal y su socia Lionsgate observan con mucha atención el desempeño de Wicked: Parte II —si triunfa, seguramente confirmen acto seguido que su biopic de Michael Jackson programado para 2026 también se divida en dos partes—, los seguidores del musical son conscientes de que hay que arreglar muchas cosas para que el Acto II de Wicked sea satisfactorio como película. Porque, si el Acto II es mejorable dentro del contexto de un musical completo, adaptado como película independiente parece condenado al desastre.

Y es que los problemas del Acto II de Wicked superan los habituales de esta fórmula teatral. En efecto carece de grandes números —la balada For Good, por mucho que se haya titulado así la Parte II en EEUU, dista mucho de ser equiparable a la contundencia de Defying Gravity— y se resigna a cerrar tramas, pero hay más. La estrategia de adaptación de la novela de Maguire pasaba en este Acto II por conectar sus personajes con la historia narrada en El mago de Oz —el viaje de Dorothy acompañada de un Espantapájaros, un Hombre de Hojalata y un León Cobarde que puede que hayamos conocido ya—, así que se debían encadenar múltiples giros y revelaciones aparatosas.

Surgían los agujeros de guion, las soluciones narrativas de andar por casa, y se sacrificaba el logrado ritmo emocional del Acto I en aras de un cacao tremebundo, con lo que inevitablemente también se difuminaba el calado político de la lucha del Mago contra Elphaba. Como esto es lo que hay, y es lo que ha habido durante más de 20 años, cualquiera habría pensado que Hollywood se esforzaría en enderezarlo si quería dedicar toda una película a adaptar este despropósito. No es lo que ha ocurrido.

Una catástrofe anunciada

Wicked: Parte II es una adaptación más fiel que la primera Wicked en el sentido de que apenas hay relleno. La partitura ahora sí que ha incorporado canciones —una para Glinda, Girl in a Bubble, y otra para Elphaba con el título No Place Like Home, en obvio homenaje a una de las frases más famosas de la adaptación de El mago de Oz de 1939—, sin que esto denote algún esfuerzo por afrontar los problemas que arrastraba esta parte de Wicked desde el teatro. Son otras dos baladas, en realidad, y su ejecución vuelve a depender en exclusiva del talento de las actrices para conmover. Pues la dirección de Chu, o ni está ni se la espera, o es abismalmente mediocre.


Elphaba asume su papel como Bruja Mala del Oeste

Ya era algo que llamaba la atención de la primera Wicked: lo fea que era. Lo triste que era toparse con una película de acabado tan mustio en comparación con su gran referente cinematográfico. Aquel Mago de Oz que protagonizó Judy Garland, recordemos, se concibió como un monumento al Technicolor y a la superación del paradigma blanco/negro dentro del Hollywood clásico. Así que contrastaba poderosa y tristemente con una fotografía alérgica al color capaz de desmerecer el diseño de Oz, tanto como un montaje a machetazos que emborronaba la coreografía de los números musicales. Son problemas palmarios que se mantienen, incluso empeoran, en Wicked: Parte II.

Ambas películas se rodaron a la vez, al fin y al cabo. Los problemas de una son los de otra, aunque los motivos por los que Wicked: Parte II es un filme infinitamente peor saltan a la vista: no hay por donde coger el material original. Nadie ha querido intentar arreglar el desastroso guion declamado originalmente en Broadway, así que esta Parte II se resigna con plena docilidad (¿y pereza?) a replicar cada uno de los giros absurdos que busquen alterar nuestra percepción de la historia de El mago de Oz. Como si ese fuera el auténtico centro gravitatorio de Wicked o lo que le interesa al público, y no simplemente que nos encanta la relación de Elphaba y Glinda.

Esta bochornosa sucesión de conexiones con El mago de Oz acoge una gramática similar a la de las precuelas de Hollywood obsesionadas con la referencia y el guiño cómplice, con la particularidad de que ya estaban todas en el musical de 2003 (antes de que Hollywood se pudriera). Y, en la medida en que hay muchos giros mientras no se ha querido alargar apenas nada, a la trama de Wicked le es imposible respirar. Sacrifica sus dinámicas entre personajes, se condena a saltar de un lado a otro a conveniencia del esquema argumental. Los intérpretes están perdidísimos como otra consecuencia.

Lo de Jonathan Bailey da verdadera pena. Ariana Grande, la gran revelación de Wicked, apenas tiene nada con lo que trabajar. Su dúo con Erivo sigue siendo lo más destacable —es difícil no emocionarse un poco con el último plano del filme—, y aun así no basta para aseverar que este proyecto cinematográfico haya merecido la pena. La versión cinematográfica de Wicked solo ha cuajado en la medida en que antes lo hacía el material de partida. El cine apenas ha aportado nada, se ha limitado a ser un pálido reflejo de lo que encandiló en el teatro, y de hecho ha exacerbado los problemas primarios con la absurda decisión de hacer dos películas. Ojalá sirva de escarmiento, y ojalá haya alguien involucrado que entienda cómo funciona Broadway la próxima vez.