Carmen Madorrán, filósofa: “Solo podremos seguir creciendo infinitamente a costa de muchísimo sufrimiento humano y de los ecosistemas”
La pensadora defiende que habría que entender nuestras economías como algo que se ha extralimitado por encima de lo que sería sano, deseable, justo, sostenible. «Como un cuerpo que ya no puede tenerse en pie», resume
El anterior ‘Rincón de pensar’ – Cien años de Zygmunt Bauman, el padre de la ‘modernidad líquida’: de víctima de acoso escolar a intelectual de referencia
“Es una llamada directa a la sociedad y a las instituciones para abrir un debate democrático inaplazable” ante un “modelo que nos está llevando al colapso ecológico y social”: Es la idea troncal de la declaración que se leyó hace unas semanas en una de las salas del Congreso de los Diputados durante la jornada Más allá del crecimiento. Se trató de una continuación de la conversación iniciada en Europa tras la conferencia Beyond Growth de 2023 en el Parlamento Europeo.
“En los últimos años hemos sido testigos de una combinación de conflictos sociales, ecológicos, geopolíticos, que nos arrastran. Detrás se encuentra un sistema disfuncional […]. Mientras los ultra ricos han duplicado su riqueza desde la pandemia, siete límites planetarios están traspasados y el bienestar de la mayoría [de las personas] está amenazado”, afirmó Eva Saldaña, Directora ejecutiva de Greenpeace España.
“Antes se decía que lo que faltaba eran alternativas. Este argumento ya no se sostiene”, explicó Carmen Madorrán, doctora en Filosofía, activista ecosocial, y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, con la que ha contactado elDiario.es para bucear en las claves del discurso postcrecentista.
En su libro Necesidades ante la crisis ecosocial cita a Jorge Riechmann y coincide con él en que estamos en el siglo “de la Gran Prueba”. ¿Podría explicar esta idea?
Esta idea hace énfasis en “la gran prueba” a la que nos enfrentamos en el curso de nuestra vida, que tiene que ver con ver si seremos capaces de reorganizar nuestras sociedades, con sus economías, para satisfacer las necesidades de toda la población dentro de los límites del planeta; si seremos capaces de frenar el agravamiento de la crisis ecosocial y de ocuparnos de las necesidades de la población como si nos tomáramos eso de los Derechos Humanos en serio.
¿Qué es el postcrecimiento y qué crítica hace al sistema socioeconómico actual?
Nace como crítica a la adicción al crecimiento infinito. Es imposible que las economías crezcan de manera infinita en un planeta con recursos finitos. Eso, ya desde los años 70, estaba claro [en el 72 se publicó el famoso informe Los límites del crecimiento]. Solo puede hacerse esto a costa de muchísimo sufrimiento humano y de los ecosistemas, además de la desaparición de multitud de especies.
Y ahora ya hay quienes están intentando concretar el “hacia dónde” dentro de esa mirada postcrecentista, como Jason Hickel, Tim Jackson, o, en España, Adrián Almazán, Luis González Reyes y Charo Morán. Lo que se está proponiendo es ir avanzando hacia un modelo que lleve como timón la satisfacción de las necesidades dentro de los límites del planeta. Que atienda al conjunto de la vida y no únicamente a los ricos del mundo.
A partir de cierto punto, el PIB puede seguir aumentando, pero la sensación de bienestar y la percepción de felicidad por parte de la población no lo hace de forma pareja
Uno de los mayores “señalados” en toda esta crítica es el PIB.
Es tan protagonista porque nos da un dato que nos hemos acostumbrado a tomar como el sinónimo del bienestar de un lugar, y es muy equívoco en este sentido, porque el PIB aumenta con cualquier actividad económica registrada, y eso puede pasar cuando hay una dana, cuando hay incendios, cuando hay una guerra. Es un indicador que no tiene un criterio moral o político, y no tiene por qué tenerlo, pero el error no es tanto usarlo como indicador sino convertirlo en el timón de nuestras economías y que nuestras sociedades tengan que organizarse mirando solo hacia allí.
Además, está estudiadísimo que, a partir de cierto punto, el PIB puede seguir aumentando, pero la sensación de bienestar y la percepción de felicidad por parte de la población no lo hace de forma pareja. En los países empobrecidos el aumento del PIB sí corre parejo con el aumento del bienestar. Sin embargo, a partir de cierto punto, lo que ven los analistas es claramente cómo se separan esas curvas.
En definitiva, ¿crecimiento para qué y para quién?
Eso es. Es, de alguna forma, una enmienda a esa teoría del goteo que en esencia nos decía: “hay que hacer que la tarta sea muy grande porque cuanto más grande sea más migajas caerán también para los que están debajo de la mesa”.
Epidemiólogos como Richard G. Wilkinson y Kate Pickett sostienen, por ejemplo, que lo que sí parece determinar cuán feliz es un país —el estudio era en países de la OCDE. Por tanto, países que ya han superado ese lugar de necesidades básicas cubiertas— no es el aumento del PIB, sino la igualdad relativa. A mayor desigualdad de la renta dentro de un país, peores eran los quince problemas sociosanitarios estudiados, como adicciones, enfermedades mentales, población reclusa…
Hay quienes tildan estos planteamientos del postcrecimiento de ingenuos. ¿Entiende esa crítica?
Entiendo de dónde viene. Durante un tiempo quizá ha tenido su razón de ser, porque las teorías parecen más fáciles que la realidad. Hoy diría que no, porque hay mucha gente que ya está pensando en cómo podría llevarse a la realidad. A mí, por ejemplo, me parece muy difícil tachar de ingenuo a alguien como Tim Jackson.
La cuestión ahora es: ¿Cómo transitamos de un primer “barco” de un modelo adicto y dependiente del crecimiento, con el PIB como timón, a un segundo barco? ¿Cómo arbitramos las pasarelas entre uno y otro? Esas preguntas deberían abordarse de manera participativa y democrática. Por otro lado, también se puede tildar de ingenuo o de malintencionado el discurso de que vamos a poder seguir creciendo de esta forma. Con él estás dando por hecho el “sálvense quien pueda” dentro de ese primer barco, porque algunos pocos sí tienen asegurados sus botes salvavidas.
¿Qué recorrido cree que va a tener este planteamiento en Europa y en el mundo?
Está sucediendo que hay un auge de este discurso dentro y fuera de la academia, y yo creo que no va a parar. Y cuanto más se investiga, más puertas se abren sobre el cómo se puede hacer esta transición. Y a nivel político-social diría que hay un elemento por el que el discurso de las alternativas va a ir ganando voz en nuestras sociedades, y es que las costuras del modelo se llevan viendo con claridad desde 2008. A nivel económico pero también a nivel ecológico y social.
Sin embargo, si gana fuerza el discurso postcrecentista, muchísimos de los poderes no van a estar contentos. Y pueden intentar llegar a usar todas sus herramientas, hacerse con ese timón, y decir: “No, no. Aquí seguimos así nos hundamos”. E igual no lo harán precisamente de una forma democrática. Ese podría ser, como siempre, el gran escollo.
Quizá habría que entender nuestras economías como algo que se ha extralimitado por encima de lo que sería sano, deseable, justo, sostenible. Como un cuerpo que ya no puede tenerse en pie
¿Qué narrativa o narrativas cree que desplegarían estos actores para tirar estas propuestas por tierra?
Seguramente dirían cosas como “nos quieren llevar a las cavernas”, como si se tratase de la vuelta a un pasado remoto e indeseable. No hay vuelta al pasado posible. Lo que está por ver es si somos capaces de avanzar y que haya un futuro vivible en el que quepamos todas.
A priori, palabras como “decrecimiento” pueden sonar a “austeridad forzada” o a “renuncia”, apuntaba la Directora Ejecutiva de Greenpeace España en la conferencia, al señalar que ese es precisamente uno de los retos de este planteamiento. “Crecimiento” suena muy bien y términos como “decrecimiento” muy mal. ¿No?
Pero no todo lo que crece es bueno. También crecen los tumores, la angustia. Quizá habría que entender nuestras economías como algo que se ha extralimitado por encima de lo que sería sano, deseable, justo, sostenible. Como un cuerpo que ya no puede tenerse en pie.
Sin embargo, no se trata en absoluto de que haya que imponer un decrecimiento a todos los países y economías, sino de asumir que para que otros que están bajo los umbrales de miseria intolerables puedan crecer es imprescindible que los que han ocupado tantísimo espacio dando codazos puedan reducirse.
Este planteamiento llega en un momento en el que parece que la sociedad está muy sumida en la resignación. Comentaba en otra entrevista que nos cuesta creer en que cambios así de grandes puedan ser posibles.
Los ciudadanos del Imperio Romano probablemente también pensaban que éste iba a existir para siempre, pero sabemos que nada va a ser como lo hemos conocido y que nada lo ha sido, aunque tengamos dificultad para aceptar eso. Ese desánimo también puede estar relacionado con la dificultad de imaginar. Frente a ello, la idea es: si la historia está abierta, ¿quién escribe la historia? Una frase de Salvador Allende lo resume bien: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.
Sí, se puede arrancar el timón y decir: “El último que apague la luz”. Sin embargo, yo no voy a dar por perdida la humanidad, el planeta, o la democracia. No estamos peor que aquellos que salían a la calle a protestar frente a distintas dictaduras, o quienes tenían que organizarse clandestinamente. Otra cosa es que estemos adormecidos. Pero es un camino que merece la pena no únicamente por el resultado. Hay en el proceso de impulsar la transición a un mundo más sostenible y justo cosas valiosas.
Yo no voy a dar por perdida la humanidad, el planeta, o la democracia
En la conferencia se explicó que este cambio debería ir de la mano de una democracia más amplia. ¿Qué cree que es necesario hacer para conseguir poner sobre la mesa este debate democrático?
Para ampliar la democracia yo no tendría miedo en hacer uso de la imaginación política e iría hacia algún órgano ciudadano que vaya más allá de lo consultivo. Cuyas decisiones o guías —algunas— sí sean vinculantes. Para ello podemos mirar a Bélgica, donde se ha puesto en marcha un Parlamento o Asamblea Ciudadana Permanente .
¿Qué preguntas le haría a la sociedad como filósofa para invitarla a reflexionar sobre la mirada postcrecentista?
¿En qué queremos ser abundantes? ¿Qué consideramos imprescindible o importante para nuestra vida o nuestro bienestar? ¿De qué procesos, de quiénes, de qué territorios dependemos o dependen las cosas que usamos todos los días —la alimentación, la ropa con la que vestimos a nuestros hijos—? ¿Cómo imaginamos el futuro para las siguientes generaciones en el lugar en que vivimos?