Jóvenes y Franco: No es desinformación
Lo que está ocurriendo, por primera vez en la historia, es que no existe un ‘corpus’ de valores claramente hegemónico en las sociedades occidentales, sino más bien un “empate técnico” entre tres grandes cosmovisiones
Los jóvenes españoles no son tan fachas
Con ocasión de los 50 años de la muerte de Franco se han escrito numerosos artículos y análisis sobre su herencia y lo que hoy representa esa época. En particular, han llamado la atención quienes destacan la relación entre los jóvenes actuales y el franquismo. Según los datos del CIS, el 19,6% de las personas entre 18 y 24 años cree que la dictadura fue buena o muy buena. La ignorancia de la juventud sobre el pasado reciente y la desinformación que generan las redes a través de mensajes simplistas manipulados por la extrema derecha son las causas habitualmente señaladas para explicarlo.
Pero existe un dato que, a menudo, pasa desapercibido: en el caso de los hombres, esta cifra alcanza casi el 30%, mientras que entre las mujeres queda por debajo del 9%. ¡Curioso! Podemos considerar que los chicos son más ignorantes que las chicas. O que hacen más uso de las redes sociales para informarse y, por tanto, son más fácilmente manipulables. O podemos llegar a la conclusión de que no es solo ignorancia.
En nuestras sociedades complejas conviven distintas formas de entender el mundo. Más allá de los posicionamientos ideológicos, los estudios más recientes en psicología social y evolucionaria (J. Haidt, J. Greene) nos muestran que los seres humanos estamos preparados biológicamente para tener diferentes intuiciones morales, pero éstas se activan de forma distinta por una suma de motivos genéticos y de carácter, educativos y de socialización, y de entorno o contexto. Precisamente por eso pueden cambiar con el tiempo, a lo largo de la vida de un individuo, pero también, precisamente por eso, pueden nacer individuos que repliquen valores que, quizás socialmente, consideremos desfasados.
De hecho, lo que ahora está ocurriendo, seguramente por primera vez en la historia, es que no existe un corpus de valores claramente hegemónico en las sociedades occidentales, sino más bien un “empate técnico” entre tres grandes cosmovisiones.
La “ley y el orden” es el principio máximo de la organización social para la primera. El individuo encuentra su sitio a través de un rol social específico y el cumplimiento de unas normas que no se ponen en duda porque configuran el orden social, inmutable y protector. Donde la distinción entre el “nosotros” y los “otros” es muy clara, y la política sirve, en primer término, para protegernos de los demás. Donde se valora la valentía y fortaleza del liderazgo que habla claro. Y esa posición otorga una autoridad que está por encima de cualquier pensamiento crítico abstracto o no asociado a la defensa de los nuestros.
En otro sistema, el individuo -no el orden social- es el rey. Es el centro de todo y la sociedad no es más que un espacio para desarrollar su libertad y su proyecto vital. Si se esfuerza y es listo puede acabar triunfando. El mérito es clave. Nadie debe decirle al individuo qué hacer, o qué pensar. Todo el mundo debería ser tratado en pie de igualdad, sin ayudas, sin diferencias, es decir, estandarizadamente porque las diferencias no son enriquecedoras, sino un privilegio injustificado. La sociedad es un mercado de intercambios libres donde quien no arriesga no puede ganar, y el poder es de quienes lo saben aprovechar.
Existe un tercer sistema, el que ve al individuo formando parte de la comunidad, pero no con un rol fijo y jerárquico, sino como una expresión única de la diversidad que conecta individualidad con sociedad. Ningún orden social puede imponerse sobre esta singularidad que debe ser reconocida en pie de igualdad con el resto. La igualdad de los distintos puede pasar incluso por delante de la libertad (por ejemplo, de la libertad de expresión).
Orden, valentía, fortaleza, estabilidad, clan, pureza son valores propios de la cosmovisión tradicional. Individualismo, mérito, libertad, autonomía, emprendimiento se destacan en la cosmovisión moderna. Equidad, diferencia, reconocimiento, empatía, solidaridad, dominan el pensamiento de la cosmovisión posmoderna. Todos son valores útiles. Sin embargo, pueden ser contradictorios si se plantean en términos absolutos. Estamos biológicamente preparados para reconocerlos a todos.
No obstante, los valores de la cosmovisión tradicional pueden resultar más resonantes para hombres jóvenes, especialmente en etapas de definición de su masculinidad muy conectada convencionalmente con algunos de ellos, al menos en sociedades como la nuestra. Algunas formaciones políticas se aprovechan, y refuerzan estos valores con una reinterpretación de la historia o con una ideología política concreta.
Esto nada tiene que ver con la educación recibida, sino con la cosmovisión vivida. Tener en cuenta estos valores, apreciarlos y atenderlos, aunque para algunos resulten anticuados, es clave. Especialmente, cuando también otros, como la meritocracia o la solidaridad -más resonantes en otras cosmovisiones- tampoco pasan por sus mejores días. El menosprecio, desde un estatus quo militantemente contrario a esta percepción del mundo social y político, por básica que sea, genera resentimiento y refuerza el atractivo de la provocación, tan natural, por otra parte, en etapas juveniles.
En conclusión, más allá de la desinformación y las fastidiosas fake news sobre el franquismo, su valoración positiva puede tener poco que ver con el apoyo a una dictadura, cada vez más lejana y desconocida para estos jóvenes, y mucho que ver con el sistema de valores de algunos de ellos, especialmente hombres, y su necesidad de interpretación del complejo mundo de hoy. No es nostalgia de un mundo que no vivieron, sino anhelo de sentido en el presente. La cuestión es ¿cómo atenderlos para que no se queden parados aquí? No es solo información lo que hace falta, sino reconocimiento (de esas necesidades y valores) y conexión.