Mario Gas reconquista por sexta vez el Liceu con su montaje de ‘L’elisir d’amore’ de Donizetti

Mario Gas reconquista por sexta vez el Liceu con su montaje de ‘L’elisir d’amore’ de Donizetti

El director teatral y escenógrafo repitió ayer en el teatro lírico barcelonés su versión actualizada a la Italia fascista de la ópera bufa del compositor italiano, estrenada por primera vez en 1832

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Es la sexta vez que Mario Gas, para quien sobran las presentaciones en el mundo del teatro y la escenografía, monta su visión de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti –ópera para la cual también sobran las presentaciones, pues está entre las cinco más representadas de la historia del género– en el Liceu. Si bien el montaje fue pensado originalmente para el teatre Grec en 1983, posteriormente viajó al cabo de diez años al Festival de Perelada y de ahí, en 1998, al teatro lírico barcelonés, donde se repuso en 2005, 2012, 2013 y 2018.

De nuevo el escenógrafo Barcelonés triunfa en su ciudad con esta versión actualizada en lo ambiental, que no en lo musical, para dar el salto escénico desde la Toscana del primer tercio del siglo XIX a la Italia musoliniana de los años 30, en especial para situar a uno de los personajes clave de la trama, el sargento Belcore, que pasa así a representar el poder fáctico del momento. Aunque esta actualización no tiene en realidad ninguna intencionalidad crítica o política, pues se trata de una ópera bufa donde el enredo y la comicidad, sostenida por un frenético ritmo musical y unos coros rotundos, define el sentido de la trama.

Sí destaca el acierto de situar un único escenario estático, una plaza de pueblo con farolas, estanco, quiosco y una pensión, sobre el que pivotan los dos actos de la obra, de algo más de dos horas de duración, un mérito de Leo Castaldi, que ha sido el encargado de la reposición. También es reseñable el trabajo de vestuario de Marcelo Grande para dar un aire –tanto al quinteto protagonista como al nutrido coro– que recuerda al Novecento de Bertolucci, fascistas incluidos. El conjunto de escenografía y vestuario ha operado de este modo como matriz perfecta para el desarrollo de los enredos de amor de esta divertida obra que Donizetti compuso en 1832 en apenas seis semanas.

Desencuadre y exceso de decibelios desde el foso

De la dirección musical de la orquesta se encargó Diego Matheuz, director venezolano paisano de Gustavo Dudamel –ambos nacidos en Barquisimeto– y discípulo como él del Conservatorio Jacinto Lara. Aunque en líneas generales la música acompañaba los desarrollos escénicos y vocales con acierto, en ocasiones pareció llegar tarde a los cambios de escena, y sobre todo cuando estas demandaban la presencia coral, algo muy frecuente en L’elisir d’amore, dio la sensación de estar varios decibelios por encima de las voces del escenario, exponiendo a los solistas a una sensación de insuficiencia vocal algo injusta, en especial en el caso del tenor Filipe Manu, que tuvo que sustituir a última hora al mexicano Javier Camarena –la gran estrella de esta reposición y un especialista en Donizetti– por indisposición vocal.


Serena Sáenz y Javier Camarena como Adina y Nemorino en ‘L’elisir d’amore’

Manu estuvo correcto en el papel de Nemorino, con buen desarrollo técnico y controlando el a veces frenético ritmo de las escenas. Tal vez el suyo sea el rol más exigido de los cinco papeles principales junto a Adina, aunque siempre dio la sensación quedarse corto en potencia vocal, lo que le restó una cierta capacidad de transmitir con veracidad la frustración de su personaje. Así, quedó algo alejado de la emoción en el aria Una furtiva lagrima, que siempre es una oportunidad para lucirse, pues acaso sea con Nessun dorma de Turandot el aria masculina más célebre del mundo operístico. No obstante, su capacidad interpretativa, su agilidad en el escenario y su vis cómica fueron notables.

En cambio, la soprano barcelonesa Serena Sáenz fue la gran triunfadora de la noche con su poderosa Adina, un personaje entre cínico y tierno que derrocha canto lírico, colorativas en algunos momentos sobreagudos exigentes que Sáenz cubrió con facilidad, soltura y una brillantez que denotaba que va sobrada de voz para el papel. Maravillosa. Además, repartió encanto por el escenario con una interpretación trepidante y llena de tics cómicos. Al final se ganó el gran aplauso del público.


Plano general del montaje de Leo Castaldi, sobre el proyecto de Mario Gas, par ‘L’elisir d’amore’.

Y no menos apoteósico fue el triunfo del veterano barítono Ambrogio Maestri en el papel del doctor Dulcamara, un estafador simpático y amoral que nos recuerda que las esquinas que definen la condición humana no suelen marcar ángulos rectos, ni por extensión ningún tipo de ángulo. Maestri clavó el Dulcamara de Gas, al que ya había dado vida en 2013, y lo hizo con simpatía, muecas socarronas y adaptando el canto a la comicidad del argumento. De hecho, fue su Ei corregge ogni difetto, la célebre aria donde se describen los poderes del supuesto elixir amoroso que vende Dulcamara, el momento más aplaudido.

Al final, la representación se cerró con Maestri apareciendo desde el patio de butacas, repartiendo botellitas de su elixir entre el público y repitiendo Ei corregge… mientras el público, entusiasmado, acompañaba con las palmas como si aquello fuera la Marcha Radetzky en el Concierto de Año Nuevo en Viena. Finalmente, destacar al barítono británico Huw Montague Rendall, que resolvió un sargento fascista Belcore fanfarrón y bien trazado, acompañado de su bella voz, que hizo convincente. Y también a Anna Farrés y su Giannetta, la amiga de Adina, que cumplió sobradamente.