La mirada a la Transición desde el extranjero: “Olieron sangre, pero encontraron abrazos”

La mirada a la Transición desde el extranjero: “Olieron sangre, pero encontraron abrazos”

Lo que se contaba y se opinaba fuera de nuestras fronteras se convirtió en cuestión crucial para la supervivencia de un sistema que transitaba por la vía inédita de la dictadura a la democracia

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España olía de nuevo a sangre. Los principales olfateadores de las crisis mundiales sacaron billete de ida para Madrid nada más morir Franco. España volvía a ser noticia. Nunca desde la Guerra Civil llegaron tantos corresponsales. Ni siquiera faltó a la cita la veterana Martha Gellhorn que ya había cubierto la Guerra Civil desde el Hotel Florida de Madrid junto a su pareja Ernest Hemingway. Los gobiernos extranjeros —desde Washington a París y Bonn— tenían puesta su vigilancia sobre la península. Diplomáticos, espías y estrategas militares analizaban los cambios. Las fuentes más cercanas para vislumbrar el futuro eran los periodistas, que buscaban información sobre el terreno y recibían bajo cuerda de sus colegas españoles todo aquello que era censurado. Lo que se contaba y se opinaba fuera de nuestras fronteras se convirtió en cuestión crucial para la supervivencia de un sistema que estaba transitando por la vía inédita de la dictadura a la democracia. 

Era poco comprensible que fuese sábado noche en Nueva York y te quedases en casa. Pero, ¿cómo ibas a perderte el capítulo semanal de ‘Saturday Night Live’ (SNL)? Solo después de unas buenas carcajadas, gracias al único programa un poco inteligente de la televisión, podías lanzarte a la incomparable noche neoyorquina. Se convirtió en habito; no de meses, ni de años. ¡Ha durado décadas! El programa ha cumplido ahora medio siglo en antena. Tantos como lleva muerto Franco. SNL era —y todavía es— una suma de sketches humorísticos, que también tenía un hueco para las noticias desternillantes, el ‘Weekend update’. El presentador anunciaba una última hora: “This just in: Generalísimo Francisco Franco is still dead” (“Franco todavía sigue muerto”). Unos morían y otros nacían. La primera emisión de SNL fue precisamente en 1975, el año de la larga agonía y muerte del dictador. Por eso, el sketch dedicado a la actualidad incluido en el formato de comedia recuperaba una semana si y otra también la incrédula noticia de que Franco seguía muriendo o seguía muerto. Chevy Chase era el encargado de contarlo. Hasta allí llegó la onda expansiva del interés que suscitaba España y su futuro tras la muerte del dictador.

Pero no todo era cosa de risa. Muerto el dictador Franco, los acuerdos sobre las bases estadounidenses, y por ello la seguridad en el Mediterráneo y el norte de África, estaban en entredicho. Desde el Pentágono se buscaba la seguridad de que el flanco sur de la OTAN no quedase al descubierto cuando los submarinos soviéticos pasaran por el Estrecho con sus misiles nucleares. En 1975 estaba previsto que se renovaran los acuerdos sobre las bases, los que le habían salvado el cuello a Franco tras la derrota de su aliado nazi. Convertido después en el mejor aliado del anticomunismo en Europa, Franco firmó el acuerdo de defensa con Truman y luego fue santificado por Eisenhower durante su visita a Madrid en 1959. Quedó para la historia la foto del abrazo, en la que aparecía entre ambos el traductor, que no era otro que el general Vernon Walters, quien acabaría dirigiendo la CIA en la época del presidente Ronald Reagan. España siempre fue una fijación para la organización.

¿Un Estado Atlántico? 

Cuando los militares afines al comunismo llegaron al poder en Portugal y España se situaba en la incertidumbre de un cambio, Estados Unidos se puso en lo peor y llegó a pensar como solución en crear un Estado Atlántico (unir Madeira, Azores y Canarias). No fue necesario. Sería el primer gobierno del rey Juan Carlos el que aplacaría las inquietudes de Washington refrendando los acuerdos para el uso de las bases. A cambio, el rey ganaba su necesitada legitimidad internacional. Su primer gobierno, aunque presidido por el heredado Arias Navarro, incluyó en los puestos clave a hombres muy afines a los EEUU. Dos antiguos embajadores en Washington: Areilza en Exteriores y Garrigues en Justicia. Osorio, ligado a la petrolera Exxon, en Presidencia, y Villar Mir —que había estado asociado a US Steel— en Industria. 

La Embajada americana de la calle Serrano monitorizaría constantemente la Transición, redoblando su red de contactos en la Administración, las empresas y entre los periodistas españoles. Un testigo de excepción, que lo fotografió todo, fue Robert Royal, cuyas imágenes sobre España aparecieron habitualmente en Time o The New York Times. El norteamericano recuerda que los momentos más críticos se vivieron con el fusilamiento de los últimos ajusticiados por el franquismo. Cuando la caravana de vehículos en la que se llevaba a los que iban a ser fusilados salió de la cárcel de Carabanchel con destino al acuartelamiento de Hoyo de Manzanares, se les unió un coche que no levantó sospechas. Era poco común que se fusilase a alguien en Europa y desde los Estados Unidos se veía el asunto con total perplejidad. El enviado de la revista Time, Gavin Scott, y el fotógrafo Bob Royal llegaron en su coche hasta la puerta del acuartelamiento de Hoyo de Manzanares. “Nos dejaron entrar hasta un punto en el que no pudimos ver, pero si oímos los disparos. Tuve miedo hasta para levantar la cámara, rodeados como estábamos de militares”. 

España no dejó de ser noticia desde entonces. Los fusilamientos fueron seguidos de manifestaciones críticas por media Europa. Luego vino la agonía y muerte del dictador. Y la puesta en escena del sucesor. 

Juan Carlos era una nueva imagen perseguida. Atentados y progresos democráticos se alternaban en una sucesión que mantenía a la población perpleja y a los medios y los gobiernos occidentales con el ojo puesto en España. Muchos de los periodistas que vinieron a cubrir el entierro de Franco se quedaron. Para el funeral se acreditaron 419 corresponsales y enviados especiales. Más de 150 periodistas extranjeros se mantuvieron registrados en el Club Internacional de Prensa, incluidos los que escribían habitualmente desde Madrid. José Antonio Novais para Le Monde, Henry Giniger para el New York Times, Walter Haubrich para el Frankfurter Allgemeine Zeitung, Harry Debelius para el Times de Londres, Miguel Acoca para el Washington Post, Manuel Lopes para la ANOP portuguesa… 

Los atentados de ETA, más los del FRAP o los GRAPO alentaron la llegada de auténticos reporteros de guerra con pedigrí vietnamita. Los grandes olfateadores de sangre serían despachados de inmediato a Madrid: James Markham y también Flora Lewis para The New York Times, el alemán Henry Kamm o el antiguo jefe de la delegación de Associated Press en Saigón, Malcolm Browne… No les faltó trabajo. La calle estaba revuelta.

Para los españoles las noticias más cercanas llegaban a veces a través de los corresponsales extranjeros. Por eso se seguían a escondidas las emisiones de Radio France Internacional (con Ramón Chao) o se recurría a Radio Pirenaica, controlada por el Partido Comunista; o incluso a la radical promaoísta Radio Tirana. La censura aún era férrea y el Ministerio de (des)Información y Turismo igual expulsaba a corresponsales que censuraba y cerraba diarios o revistas, desde el diario Madrid a Triunfo o Cambio 16

Las dudas del “amigo” americano

Time dedicó varias portadas a la Transición. Esta de noviembre de 1975 plantea las incógnitas del relevo de Franco por el rey Juan Carlos. En otra de junio de 1977, con una caricatura de Suárez, se celebraba el triunfo de la democracia.

La bendición de Washington

El primer síntoma de alivio en las cancillerías sobre la estabilidad post Franco llegaría con el viaje del ya rey Juan Carlos a Washington, preparado minuciosamente por Areilza con la Embajada norteamericana en Madrid de Wells Stabler. El 24 de enero del 76 (apenas dos meses tras la muerte del dictador) Henry Kissinger y Areilza firmaron el nuevo Tratado de Amistad y Cooperación entre los dos países. El 2 junio el Rey viajaba a Dominicana y a Washington. Estados Unidos dejó claro que quería “mantener la estabilidad y tranquilidad internas”. La bendición del entonces presidente Gerald Ford quedó clara en la reunión en la Casa Blanca. “Estamos encantados de ver los progresos que están haciendo en España. Somos muy favorables a su integración en Europa”. The Washington Post tituló “Juan Carlos habla de compromiso democrático”; The New York Times: “Un rey para la democracia”. 

En España, Cambio 16 ejemplificó la satisfacción de Juan Carlos con una caricatura del monarca “bailando sobre los rascacielos”. La rancia visión del régimen aún imperante censuró el número de la revista. Arias Navarro y varios ministros abogaron por un cierre prolongado, que se quedó en la retirada de ese número ante las llamadas de Kissinger al ministro y hasta un editorial del Washington Post en favor de la revista y la libertad de expresión. Arias se había dado con este episodio un tiro en el pie y terminaría pagándolo caro al salir de la presidencia a los pocos meses.

Mientras Washington alentaba al futuro régimen apoyando el liderazgo desde arriba, la Alemania de Willy Brandt decidió seguir la estrategia de apuntalar la base social. Frente a la permisividad política americana con el régimen, los europeos habían puesto claros reparos al ingreso de España en la OTAN y en la Comunidad Económica Europea. 

Desde la Internacional Socialista se apoyó decididamente a los partidos de oposición ya durante el franquismo. Un informador clave por su gran conocimiento de España, a donde llegó en 1969, sería Walter Haubrich, cuya presencia en nuestro país ha sido constante hasta su fallecimiento en 2015. Su papel fue determinante para situar a los políticos alemanes en referencia a España a través de sus crónicas publicadas por el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Publicó de inmediato el libro ‘Los herederos de Franco. El camino de España hacia el presente’ (1976). El partido socialdemócrata alemán en el poder, el SDP con el canciller Helmut Schmidt a la cabeza, dio un claro apoyo y fomentó el crecimiento del Partido Socialista Obrero Español y su sindicato afín, UGT, para favorecer la democracia y evitar el crecimiento del Partido Comunista.

La Platajunta

Frente a la reunión de fuerzas antifranquistas ligadas al comunismo en la Junta democrática, los socialistas lideraron la Plataforma democrática que fue ganando fortaleza en la izquierda hasta la unión de igual a igual en la Platajunta. Las ayudas al socialismo democrático empezaron a llegar inicialmente desde la fundación Friedrich-Ebert-Stiftung (FES) que sería la primera fundación alemana que instaló una oficina en España en 1976, dirigida por Dieter Koniecki. La fundación socialdemócrata apoyaría sin reservas a Felipe González, secretario general del PSOE, distanciándose de Enrique Tierno Galván y su Partido Socialista Popular (PSP). En el campo de las relaciones con la prensa sería clave la figura de la alemana Helga Soto, con apellido español por consorte, que se ocupó de las relaciones del partido con la prensa en esta etapa de transición, y que finalmente sería destacada a la Embajada española en Washington a finales de los años 80.

La tentación no alineada

Tras la dimisión de Arias Navarro, el elegido contra todo pronóstico fue Adolfo Suárez, que iniciada la Transición buscó afanosamente un nuevo puesto para España en la arena internacional. Más allá del interesado apoyo de Washington y de la vía europeísta promovida por Alemania, y más discretamente por Francia, para integrar a Madrid en Europa, el nuevo inquilino de La Moncloa lanzó otras redes. 

Siempre se dijo que Suárez actuaba como un tahúr, y en el plano de las relaciones exteriores también hizo sus jugadas. Lanzó guiños al entonces llamado Tercer Mundo y al grupo de países No Alineados. Invitó a Arafat a La Moncloa y visitó a Fidel Castro en Cuba. Fui testigo directo del plan al ser despachado como enviado especial de Radio Nacional a Belgrado, en la Yugoslavia de Tito, para informar sobre la cumbre de Países No Alineados y la Conferencia Norte-Sur en el 77 y 78. El nuevo ministro de exteriores, Marcelino Oreja, cumpliría además con discreción diplomática la delicada y deseada misión de restablecer, 40 años después, las relaciones con México, país que acogió hasta el final al gobierno republicano en el exilio.

La prensa internacional no entendió de primeras el nombramiento del secretario general del Movimiento, el joven Suárez, para tomar el timón del cambio. Desde la muerte de Franco se habían mantenido las censuras y escaramuzas con los corresponsales que habían visto como William Robinson, de Reuters, fue expulsado; o Charles Wheeler, de la BBC, detenido. Con Manuel Fraga a los mandos de Interior, la situación no mejoró del todo. 

En las manifestaciones de Barcelona del 76, Alexis Hintz, de United Press International (UPI), fue zarandeado y su equipo de grabación afectado. Durante el primer Aberri Eguna en 1977 también fue herido en Vitoria Gordon Martin, de la BBC. La legión de enviados especiales habían olido sangre en España y la sangre llegó, aunque finalmente no fue tanta la derramada.

Los datos recopilados por Christopher Tulloc sobre la publicación en la prensa internacional de crónicas sobre aquella época demuestran el gran interés que suscitó ese periodo de inestabilidad. “La mayor cobertura se la dedicó el Times de Londres con un total de 1.261 publicaciones a lo largo de tres años, que da una media de más de una diaria. The Financial Times (867), The Guardian (816), The Daily Telegraph (663), The New York Times (641) y The Washington Post (388)”. En Francia y en Italia el seguimiento fue paralelo. Las protestas callejeras, la tensión con los militares, los atentados, las cuestiones de orden público ganaban espacio día a día a las componendas políticas que se realizaban entre bastidores. Pero el análisis creció en la dirección de que a través del rey y la batuta de Suárez la democracia era posible. La celebración de las primeras elecciones era la prueba de fuego.

Un elemento de perturbación frente a la normalidad democrática y la homologación europea que quería establecerse, y que era muy criticada en las crónicas y análisis de los enviados especiales, era el mantenimiento en la ilegalidad del Partido Comunista. Cuando se produjo la gran movilización en Madrid tras el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha por la extrema derecha, el nuevo régimen entendió que ya no había otra opción. Los medios públicos RNE y TVE evitaron la cobertura prohibiendo a sus redactores, cámaras y micrófonos estar presentes, aunque algunos desoyeron el mandato. Como siempre serían las cámaras de la alemana ARD las que servirían de testigos históricos de estos hechos. Apenas tres meses después llegaría la legalización del PCE. Alejo García se encargó de dar la noticia en RNE con voz entrecortada. Y no fue por la emoción, sino porque había que subir las escaleras al segundo piso desde la redacción a los estudios de emisión y se quedó sin aire por el esfuerzo. 

El carisma de Santiago Carrillo

“Carrillo era el personaje más interesante. Contaba tan buenas historias que te cautivaba”, recuerda Robert Royal. El líder comunista, que entró clandestinamente en España, avisó bajo cuerda a Suárez de que si no le daban permiso de circulación montaría una rueda de prensa arropado por grandes periodistas como Oriana Fallaci, Marcel Niedergang de Le Monde y otros corresponsales. Paul Preston considera que “los corresponsales fueron una fuerza instrumental para acelerar el proceso democrático en la Transición”. 

La Junta Democrática se presentó en las oficinas de Walter Haubrich del Frankfurter. También el Club Internacional de Prensa se mostró muy activo en la organización de reuniones entre periodistas españoles y extranjeros y con los políticos que serían relevantes en este periodo de cambio. Llegaron el referéndum, las primeras elecciones, la victoria del centro de “la libertad sin ira” y al final el triunfo del PSOE de Felipe. Los corresponsales extranjeros veían a una España cada vez más democrática y normalizada, y empezaron a cerrar sus oficinas. No habían visto tanta sangre, pero sí un proceso de creciente civismo, normalidad y modernización. Los abrazos de concordia habían ganado a las balas. España ya había dejado de ser noticia. Saturday Night Life podía seguir diciendo aquello de que “Generalisimo Franco is still dead” (El Generalísimo sigue muerto).