Jordi Pujol: una mirada retrospectiva

Jordi Pujol: una mirada retrospectiva

Cuando un poder, del tipo que sea, se perpetúa durante mucho tiempo, sin controles ni contrapesos, se generan las condiciones idóneas para la impunidad. Igual convendría tomar nota de ello y aprender

Con el juicio a los miembros de la familia Pujol, después de una instrucción incomprensiblemente –o quizás no– lenta, se ha abierto la espita de los balances de la era Pujol. A ello contribuyen los intentos de rehabilitar su figura y su trayectoria, después del ostracismo provocado por el reconocimiento de la fortuna familiar oculta.

Si la distancia temporal es siempre oportuna en cualquier balance, cuando se trata de personas que han tenido un gran protagonismo en la historia de su país ese distanciamiento deviene imprescindible. Con estas cautelas me atrevo a adentrarme en la complejidad del personaje, a partir de retales de la memoria que, no puede ser de otra manera, están cargados de subjetividad. Comienzo por advertir de que, a mi entender, no hay un solo Jordi Pujol, posiblemente porque el movimiento que él encabezó y con el que se mimetizó fue siempre –en pasado– bastante plural.

De entrada, es justo reconocer que con su participación en la lucha y conquista de las libertades aportó auctoritas democrática a la derecha catalana. No es un dato menor, sobre todo si se compara con la complicidad prácticamente unánime de la derecha española con el franquismo.

Ese compromiso antifranquista no fue nunca un obstáculo para que, alcanzada la democracia, cooptara para sus filas y sus listas electorales –especialmente las municipales– a franquistas de largo historial. Uno de los muchos datos que ignoran y niegan los que ahora quieren modelar la historia a su gusto, hasta el punto de presentar la guerra civil y el franquismo como un conflicto de España contra Catalunya.

El primer Jordi Pujol se atrevió a definir su proyecto como la variante catalana de la socialdemocracia nórdica, para con rapidez abrazar postulados claramente conservadores. Eso sí, este abrazo lo acompañó de una actitud compasiva respecto a los que sufrían las consecuencias de sus políticas. En contra de lo que se ha afirmado, lo suyo no fue socialcristianismo, sino más bien una variante asistencial de la caridad cristiana, que es otra cosa distinta. Su gran olfato político le llevó a crear el Departamento de Bienestar Social en el temprano 1988. Entre sus habilidades siempre estuvo la de apropiarse de banderas de sus adversarios.

En el terreno económico se dejó atrapar por la mística de lo pequeño. A un “país petit” le correspondía un tejido empresarial de pymes. Incluso llegó a teorizar que el futuro económico de Catalunya pasaba por ocupar los intersticios que dejaban las grandes multinacionales. Una concepción autárquica de la economía que no se correspondía a la etapa de globalización y que, en lugar de ayudar, debilitó al tejido empresarial de Catalunya.

A menudo se presenta como una contradicción su intervencionismo extremo y sus querencias neoliberales. A mi entender no existe tal paradoja, porque en realidad todos los llamados neoliberales siempre han sido intervencionistas, eso sí, en favor de su clase social. En el caso de Jordi Pujol una menestralía de amplio espectro que nunca se reconoció ni fue reconocida por la burguesía con pedigrí.

Su prestigio y reconocimiento internacional superó de largo al de un presidente de una CCAA. Ello contribuyó positivamente a establecer interlocución con líderes políticos y empresariales en los procesos de reconversión industrial que vivió Catalunya durante sus mandatos. Eso sí, sin abandonar nunca su concepción de friendly business.

Hay también muchos Pujol en su concepción de la sociedad catalana. Comenzó haciendo suyas tesis del catalanismo popular que defendían, entre otros, el PSUC y CCOO, representadas por la idea de “Catalunya, un sol poble”. Incluso se apropió de esa potente imagen y de algunos de sus abanderados, como Josep Benet y Paco Candel. Esta ha sido una de las habilidades de Pujol, la capacidad para absorber e integrar proyectos ajenos y ponerlos a su servicio.

Eso es exactamente lo que hizo con la política lingüística y la voluntad de “normalizar” el catalán como patrimonio común de toda la ciudadanía catalana. El consenso lingüístico que contribuyó a crear en sus primeros años le debe mucho al papel determinante que jugó el sindicalismo, las asociaciones vecinales y los ayuntamientos especialmente metropolitanos.

Uno de los perfiles más confusos y camaleónicos de la figura de Pujol es el referido a la inmigración. En un movimiento plural y complejo como el que él lideraba nos encontramos de todo, desde posiciones progresistas hasta actitudes claramente xenófobas como las que explicitaban Marta Ferrusola y otros dirigentes nacionalistas. Algunas de las cosas que luego han ido sucediendo, especialmente en el momento del procés y sus derivadas, parecen estar inscritas en el código genético del pujolismo. También la aparición y ascenso de Alianza Catalana, que, aun formando parte de una ola global, ha encontrado en esa herencia el terreno abonado.

Pujol y especialmente parte de su entorno combinaban a la perfección tentaciones segregacionistas con una relación exquisita con los colectivos y asociaciones que agrupan a personas llegadas a Catalunya desde otros lugares de España. Siempre con una clara voluntad de control social. Si algo ha caracterizado las dos décadas de gobierno de Jordi Pujol ha sido la utilización de recursos públicos para cooptar y controlar la sociedad civil.

Quizás por eso siempre tuvo una espina clavada al no haber conseguido crear y controlar, a pesar de los muchos esfuerzos y recursos dedicados, un sindicato nacionalista que fuera mayoritario en Catalunya. Sus múltiples herederos tampoco han tenido éxito en esa operación a pesar de haberlo intentado de nuevo en el marco del procés. Esta es una faceta que, por cierto, está a la espera de que los historiadores le presten la atención que se merece, porque explica muchas cosas de nuestra historia.

No hay duda de que su papel ha sido clave en los elevados niveles de autogobierno alcanzados en estos años, pero estos avances han ido acompañados de un agujero negro. Construyó de la nada un sector público absolutamente colonizado partidariamente. Especialmente en el terreno de los medios de comunicación, una de sus grandes obsesiones desde los inicios. Quizás, no estoy del todo seguro, la excepción se pueda encontrar en la política de seguridad y las fuerzas policiales, después de un debate intenso y que aún continúa abierto entre dos concepciones contrapuestas: construir una policía nacional (al servicio de toda la nación) o una nacionalista (al servicio de un ideario).

Pujol siempre ha tenido una concepción litúrgica del poder que le llevó hasta extremos inauditos, como prohibirle a Oriol Badia, consejero de Trabajo de su segundo gobierno, usar los ferrocarriles del Vallés para desplazarse de Terrassa a Barcelona. Para Pujol, a falta de otros poderes más reales, el uso del coche oficial formaba parte del “poder autonómico” recientemente recuperado. Ha sido un mago en la utilización de las apariencias para ocultar la falta de realidades.

Su gestión de los recursos públicos fue manifiestamente mejorable. Un caso extremo, motivado por la voluntad de cuidar su gran granero de votos en la Catalunya interior, lo encontramos en la proliferación de inversiones nada justificables. Reconvirtió la divisa del President Macià “la caseta i l’hortet”, que en su momento tuvo claras connotaciones sociales, por otra mucho más discutible. En cada pueblo “un poliesportiu i un poligonet” ejemplifica ese mal uso de recursos públicos. Si la construcción de espacios para la práctica de deporte estaba en muchos casos justificada, la construcción de mini polígonos para, supuestamente, atraer inversiones no tenía ninguna lógica, ni económica ni social, solo la clientelar.

La contradicción del personaje se confirma con sus posiciones en relación con el medio ambiente. Solía ridiculizar las propuestas ecologistas –sublimes son los irónicos comentarios que hacía en público sobre la protección del “Bernat Pescaire”–. Algunas de sus declaraciones podrían competir hoy con los más beligerantes negacionistas. Pero, al mismo tiempo, creó el primer departamento de Medio Ambiente de una administración española, en el lejano 1991. Un lustro antes de la creación en 1996 del Ministerio de Medio Ambiente por Aznar. Cosas veredes. De nuevo fue hábil para apropiarse de banderas que no compartía para neutralizarlas políticamente.

De aquellos polvos, los lodos actuales. Hoy, en la Catalunya interior proliferan todo tipo de posiciones que, en nombre del paisaje o de un medioambiente “bien entendido”, impiden o dificultan la instalación de energías renovables. Es cierto que eso no es patrimonio exclusivo de Catalunya, pero la intensidad de los bloqueos a instalaciones eólicas o fotovoltaicas nos ha llevado a ser la CCAA más refractaria a esas políticas. Ahí podríamos encontrar un hilo que va del carlismo sociológico del siglo XIX a nuestros días pasando por el pujolismo.

Lo que en estos momentos se está juzgando en la Audiencia Nacional no es un hecho aislado. En el caso de Jordi Pujol la línea fronteriza entre “fer país” y “fer negocis” siempre fue muy porosa. Pero la responsabilidad de tantas prácticas reprochables, ética y judicialmente, no es suya exclusivamente. Buena parte de la sociedad catalana, especialmente los poderes económicos, decidieron mirar hacia otro lado y dejar hacer. Los que no se achantaron lo pagaron con creces. Tampoco el estado español y sus gobernantes tuvieron ningún interés en atajar lo que conocían, mientras Pujol les fue útil. Quizás por eso tardaron tanto en salir a la luz determinadas prácticas. Estas consideraciones no le restan gravedad a los hechos que se están juzgando, pero sitúan las complicidades que los hicieron posible durante tantos años.

Tampoco en eso Catalunya es una excepción. Cuando un poder, del tipo que sea, se perpetúa durante mucho tiempo, sin controles ni contrapesos, se genera las condiciones idóneas para la impunidad. Igual convendría tomar nota de ello y aprender.