El punto de vista de los cerdos sobre la peste

El punto de vista de los cerdos sobre la peste

En las noticias sobre la crisis de la peste porcina africana falta un protagonista central: ¿qué punto de vista tienen los cerdos sobre esta cuestión? A pesar de ser bióloga, no presumo de entender lo que dicen, pero sí puedo hacer un ejercicio de empatía con lo que sienten, inferir en qué condiciones preferirían vivir, hacerme eco de sus voces.

Los cerdos son inteligentes: comprenden instrucciones humanas, usan herramientas, se reconocen en espejos, se comunican entre ellos, son capaces de interactuar con videojuegos. Las crías juegan con balones, hacen cabriolas, corretean. Que son seres sintientes lo muestran, por ejemplo, estudios sobre contagio emocional, una forma simple de empatía con sus compañeros. Es decir, reconocen olor o expresiones faciales y vocales que acompañan a las emociones, y responden a ellas.

Este reconocimiento de su capacidad de sentir nos lleva a argumentar que los cerdos, como otros animales, son dignos de consideración moral, y que no resulta ético explotarlos y matarlos para comerlos. La mayoría de las personas vegetarianas o veganas –en España un 2% de la población adulta, además de un 11% flexitariana– lo son por estas razones éticas, habiendo otras ecológicas y de salud humana.

Los obstáculos para una amplia aceptación social de que no es ético matar animales tienen que ver, entre otros motivos, con el especismo, la discriminación de los animales no humanos por considerarlos inferiores a la especie humana. Históricamente los humanos se han resistido a recorrer el camino desde considerar al “hombre” y la Tierra como centro del universo, a pensar con Copérnico que en el centro estaba el Sol y con Galileo Galilei que el Sol era un astro más, aun cuando Galileo anticipó que estas conclusiones no serían admitidas fácilmente: “a muchos invadirá una gran perplejidad”. Diez años antes, en 1600, ideas similares le habían costado a Giordano Bruno ser quemado vivo.

No menor ha sido, y aún es, la resistencia a descartar el antropocentrismo, a aceptar que la especie humana es una más, no la “superior” en una jerarquía, algo que la biología niega. Si durante décadas, en las sociedades occidentales, científicos como Linneo o Cuvier consideraban a la raza blanca superior, se justificaba la esclavización de personas africanas o el racismo era la ideología dominante, no extraña que cueste extender la idea de los derechos a los animales no humanos. Incluir a las mujeres es reciente; a Olympe de Gouges el intento por enmendar “Los derechos del hombre y del ciudadano” le costó ser guillotinada en 1793.

Como representación social, es el especismo el que lleva a creer que los seres humanos pueden utilizar a otros animales para su beneficio, sin olvidar los intereses empresariales detrás de la ganadería, especialmente la intensiva e industrial. Los humanos se sienten, pues, legitimados para hacinar a los cerdos en cubículos, sin espacio para evitar que tengan que tumbarse sobre sus propias heces, sin acceso al exterior. En España el número de cerdos sacrificados, 54 millones al año, es superior a los 49 millones de habitantes: a los 34 millones que se crían, se añaden otros 20 importados. Ni es aceptable esta masacre, ignorando su bienestar, ni necesitamos producir para otros países. Se habla de que experimentan “estrés”, un eufemismo, dice Jonathan Safran Foe, para ocultar el término real, sufrimiento, dolor.

El modelo de alimentación actual es insostenible, por el sufrimiento infligido a los animales y también por las graves consecuencias para el ambiente. La Unión Europea calcula que la ganadería es responsable del 81% de la contaminación de las aguas por nitratos y del 87% del amoníaco en la atmósfera, del cual el 53% es debido a las macrogranjas de cerdos. Al hablar de las aguas, tendemos a pensar en ríos, pero la contaminación más seria es la que afecta a los acuíferos, masas de agua subterránea que impregnan rocas, en las que los contaminantes tardan décadas en ser eliminados.

En los últimos años las granjas porcinas han aumentado en comunidades autónomas con menor población: Aragón, con casi 10 millones de cerdos, ha superado a Cataluña, con 8 millones; la tercera es Castilla y León, con 4 millones y medio. En consecuencia, las cuencas hidrográficas más afectadas son la del Ebro, con un 95% de presión por contaminación difusa, y la del Duero, con un 60%. Más concreto que las estadísticas es el problema de los pueblos de Aragón en los que no se puede beber el agua del grifo. La lucha vecinal logró en El Frago detener la instalación de una macrogranja de 8.000 lechones que necesitaría seis veces más agua que la consumida en el municipio. Contaminación por nitratos y también por antibióticos, que están causando la proliferación de bacterias resistentes a ellos.

La crisis climática requiere acciones urgentes, sobre todo reducir los Gases de Efecto Invernadero (GEI). En España, agricultura y ganadería contribuyen en un 12 % a los GEI; de ellos, el metano –con un potencial de calentamiento 28 veces mayor que el CO2– se debe a la ganadería. Según la FAO, la ganadería es responsable del 14,5 % de las emisiones de GEI a escala mundial. Hay que tener también en cuenta la eficiencia en el uso de energía, agua, tierra. La eficiencia energética es el porcentaje de kilocalorías comestibles recuperadas de la energía entrante (combustibles fósiles, sobre todo); comparemos la de las patatas, 123 % con la del cerdo, 3,7 %. Es evidente que la eficiencia es mayor si consumimos directamente vegetales, que si con ellos alimentamos al ganado: en cada nivel de la pirámide alimentaria se pierde el 90 % de la energía. En cuanto a la tierra, la cantidad necesaria para alimentar a una persona con dieta estándar, incluyendo carne, podría alimentar a quince personas con dieta vegetariana. Con el agua ocurre algo semejante: mientras para producir un kilo de trigo son necesarios 1.820 litros de agua, para un kilo de carne de cerdo hacen falta de 6.000 a 8.000, dependiendo del tipo de cría, ya que los alimentados con pienso seco consumen más.

Numerosos trabajos científicos han denunciado el papel de las granjas en las que animales –cerdos y otras especies– viven hacinados en la propagación de epidemias. Antes de la del Covid19, Zheng-Li Shi, experta en coronavirus, había alertado de las relaciones entre disrupción de hábitats silvestres, ganadería intensiva y epidemias. El concepto de ‘One Health, Una Salud’, pone el acento en la unidad entre salud humana, animal y ambiental. Los seres humanos no vivirán sanos mientras mantienen a los animales en condiciones insalubres y permiten el deterioro del ambiente. Tenemos que situar los derechos de los animales y el ambiente por delante de los beneficios empresariales: no es cuestión de buenos deseos, sino de supervivencia.

No hay que ser vegetariana –creo yo, otras personas creen que sí– para defender cambios en el modelo de alimentación. Aunque no sea fácil a corto plazo aumentar drásticamente la proporción de personas vegetarianas, por motivos culturales y económicos, sí es posible reducir de modo sustancial la cantidad de carne en nuestra dieta. Los cerdos nos lo agradecerán. El planeta, también.