Cómo evitar el síndrome del niño hiperregalado estas Navidades
Hacer demasiados regalos a los niños es contraproducente porque les impide tolerar las emociones negativas
Cada año, las listas de deseos navideños de los niños se alargan. Muñecas, coches, juegos de mesa, consolas… Muchas casas se llenarán estas Navidades de regalos y más regalos destinados a los más pequeños. A abuelos, tíos y una familia cada vez más extensa les encanta hacer regalos, y más durante estos días, cuando es difícil a veces contenerse y más fácil, en cambio, pasarse de la raya con los regalos que se hacen. Y es que muchos padres buscan los mejores regalos para hacer de la Navidad un momento inolvidable.
Estímulos visuales, una sobreabundancia de productos y el discurso predominante que equipara el “placer” con el tener. Parece que todo está diseñado para convencernos de que la felicidad de los hijos recae en la abundancia de bienes de consumo, y que ser un buen padre o una buena madre significa participar de esta tendencia.
Sin embargo, esta abundancia de regalos tiene consecuencias. Saber dar, pero también saber recibir y apreciar lo que nos dan, son conceptos importantes.
El problema de la sobreabundancia
Tener muchos regalos da a los niños expectativas poco razonables de la realidad. Si se cede de manera sistemática a los deseos de un niño sobre un juguete o un objeto, se deja poco espacio para el diálogo y la discusión sobre el simbolismo del regalo. Sin querer, se refuerza un cierto sentimiento de inseguridad que, a la vez, fomenta valores materialistas: el niño se siente decepcionado y tenderá a buscar consuelo en sus posesiones materiales.
El último videojuego, peluches, muñecas, coches y un largo etcétera, no se escatima en gastos para mimar a los niños. Pero, ¿realmente estamos haciendo un favor a nuestros hijos cuando transformamos sus habitaciones en una especie de tienda de juguetes? Como explica la Doctora Silvia Pérez, especialista del Servicio de Psiquiatría Infanto-Juvenil del Hospital Universitario General de Villalba, “hacer demasiados regalos a los niños es contraproducente, porque muchas veces reciben regalos que ni siquiera han pedido”.
Dos niños juegan a la consola
Actualmente, a los niños les resulta “muy fácil tener cosas, sin necesidad de esfuerzos para conseguirlas, y tampoco se permite que surjan las ganas y el deseo de tenerlas”, afirma Pérez. ¿Cómo se traduce todo esto? En la dificultad por “desarrollar valores y habilidades para tolerar las emociones negativas”. Además, el exceso limita la creatividad. Tener en exceso crea la sensación de que es muy fácil obtener las cosas y va creando mayor exigencia y menos sentimiento de gratitud“.
Si bien para un niño el juego es una necesidad fundamental para su desarrollo, en cantidades excesivas pueden tener efectos no deseados. Como explica la Doctora María de la Parte, jefa del Servicio de Pediatría del Hospital Universitario General de Villalba, “desde la psicología está ampliamente estudiado que los niños que reciben muchos regalos experimentan una ‘saturación sensorial’: no pueden valorar cada objeto por separado, de tal manera que no disfrutan ni lo aprecian, lo abundante pierde su significado”.
Comprar demasiados regalos también puede ser un intento torpe de aligerar la culpa por estar ausentes, demasiado preocupados por el trabajo o por los problemas cotidianos. Todo ello, sumado a la fuerte influencia que ejerce la publicidad. “Desde los dos años aproximadamente los niños se ven expuestos a una creciente cantidad de anuncios y campañas publicitarias que asocian los regalos con felicidad y satisfacción, lo que ha llevado a que la Navidad se haya convertido en una de las épocas de consumo más intensas del año”, admite De la Parte.
Para ayudar a minimizar este efecto existe el código de publicidad infantil de juguetes de la Asociación Española de Juguetes, según el cual la publicidad no debe mostrar la idea de que adquirir un determinado producto “proporcionará a los menores una mayor aceptación entre sus compañeros, amigos o familiares”, afirma De la Parte.
Lidiando con la frustración y la decepción
Es importante ser consciente del placer inmediato que sentirá un niño al descubrir una multitud de regalos, así como de los efectos a largo plazo. Un niño necesita experimentar frustración para poder gestionarla mejor como adulto. La frustración y la decepción “si no son muy intensas y resultan soportables, desarrolla en los niños una mayor tolerancias a las mismas y se ven más capaces de tolerarlas y gestionarlas”, afirma Pérez.
Reconocer las emociones, nombrarlas y hablar de ello con los niños les ayudará a afrontar la frustración a lo largo de su vida. Pero cuando tienen todo lo que quieren y más, “esto impide estas emociones negativas y, por tanto, tiene menos capacidad de tolerarlas, pero necesitamos exponernos a ellas para aprender a manejarlas”, reconoce Pérez.
Una niña triste con sus regalos
Nuestra condición humana está marcada por la falta que despierta inmediatamente el deseo de lo que nos falta. Es una búsqueda incesante que oscila entre emociones exaltantes y frustraciones. Por tanto, como el deseo no se puede satisfacer completamente, tenemos que aprender a conformarnos con lo que tenemos y no creer que la felicidad reside en lo que poseemos.
Intentar a toda costa satisfacer a un niño dándole todo lo que pide corre el riesgo de no tener el efecto deseado. Al engañarlo con la idea de que todo depende de la satisfacción total de sus deseos lo condenamos a una insatisfacción perpetua y lo alejamos de la realidad.
Además, es importante inculcarles la idea de que, con esfuerzo, pueden conseguir las cosas. “Esto contribuye a concebir la importancia del trabajo y esfuerzo necesario para conseguir las cosas: si tienen demasiado, y no se les pide nada, no se genera esta idea de esfuerzo, simplemente basta con desear las cosas y las obtienen y esto hace que sean más caprichosos”, afirma De la Parte.
¿Cuántos regalos hacer?
Como todo, cuando se trata de regalar, la clave está en encontrar el equilibrio. El intercambio de regalos no es un ritual que tenga que pasarse por alto ya que representa una forma de compartir entre padres e hijos y les permite crear momentos especiales. Es una manera eficaz de aprender, de manera implícita, la importancia de construir buenas relaciones con los demás.
Hacer regalos puede contribuir a la sociabilidad de los niños. Sin embargo, ya se ha visto que la experiencia no tendrá los mismos efectos en función de qué es lo que envuelve el regalo y lo que le da valor.
Muchos niños están impacientes por descubrir cada regalo bajo el árbol de Navidad. Esta carrera frenética por abrir los paquetes se puede mitigar limitando el número de objetos que reciben. Para ello, se puede usar la regla de los cuatro regalos: algo educativo, como un libro o un puzle; algo para hacer manualidades o un juego; algo que los niños deseen, como un juguete o algún elemento deportivo; algo que realmente necesiten para el colegio o para las actividades extraescolares y algo que puedan llevar (ropa, zapatos, un reloj…)“, aconseja De la Parte.
¿Qué debe tener un buen regalo?
Para acertar con los regalos, no solo debemos prestar atención a la cantidad sino que hay que tener en cuenta otros valores que no deben olvidarse: hacer un regalo solidario, uno que favorezca las habilidades como la atención o la memoria, “juegos que supongan desarrollar la creatividad y cooperación con otras personas para favorecer las relaciones sociales y las habilidades interpersonales”, aconseja De la Parte.
Más allá del objeto en sí, también es importante que los padres “dispongan de tiempo para jugar y estar con sus hijos, un disfrute compartido que hace que el juguete sea más interesante y valorado, sobre todo en los más pequeños”, afirma Pérez. Pasar tiempo de calidad con ellos y mostrarles que les prestamos atención es la mejor forma de mostrarles cariño y “lo que más demandan ellos”, reconoce De la Parte.