Una desfachatez monumental

Una desfachatez monumental

¿Alguien duda, aún, del significado real del Valle de sus caídos? ¿Cómo se puede plantear su «resignificación», según el reciente acuerdo entre el Gobierno y el Vaticano?

El anunciado proyecto de resignificación del Valle de sus Caídos es un agravio más en el empeño de los que desde hace décadas luchamos por recuperar cuerpos de republicanos inhumados allí a traición durante la dictadura. Como el de mi abuelo Joan, que, sin saberlo la familia, fue exhumado de una fosa común de Lleida (junto a 500 cuerpos) y trasladado al Valle en 1965, diez años antes que su verdugo.

Mi abuelo murió en marzo de 1939, prisionero del ejército de Franco en la retaguardia y sin entrar nunca en batalla. Desde 2008 –que es cuando tuve conocimiento de la profanación secreta a la que le sometieron– lucho por sacarlo de allí y enterrarlo dignamente en el cementerio de nuestra población de origen, junto a mi ela. Pero en mis demandas de exhumación, en base a un derecho humano fundamental, he topado con negativas judiciales, pasividades políticas y oposiciones religiosas que han evidenciado que, en lo que concierne al Valle de sus Caídos, sigue prevaleciendo el sentido original con el que se alzó.

Para mí no hay manera más exacta de referirse a ese símbolo mayúsculo que enaltece desde 1959 la imposición por la fuerza de las armas. Denominarlo primero “de los Caídos” y ahora “de Cuelgamuros” son formas impropias de citarlo que solo intentan maquillar el espíritu inicial y el significado del mausoleo de colosales proporciones que se alza en San Lorenzo de El Escorial. Según el decreto fundacional, de 1 de abril de 1940, el monumento y la basílica se construyeron para “perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada”, para los que el dictador diseñó, a costa también de vidas de los prisioneros republicanos que lo construyeron y con un dispendio económico considerable que nada quiso saber de la hambruna general de muchas familias, un lugar de recuerdo, oración y reposo exclusivamente para los suyos. Para sus caídos. Para nadie más.

¿Alguien duda, aún, del significado real del Valle de sus caídos? ¿Cómo se puede plantear su “resignificación”, según el reciente acuerdo entre el Gobierno y el Vaticano? Y, además, convertirlo en un centro de interpretación con un coste de 31 millones de euros es para nosotros una absoluta desfachatez y una desconsideración también monumental hacia nuestros sentimientos y anhelos. Porque continúa el agravio de tener allí los cuerpos reclamados por las familias que siguen yaciendo en el que para nosotros es el peor lugar del mundo. Porque, hasta que logremos liberarlos, su reposo seguirá coronado por la gran cruz franquista y por unos monjes benedictinos devotos entusiastas del dictador que los colocó allí, que han demostrado su completa veneración al espíritu original del monumento y para los que la caridad cristiana, ante nuestras reclamaciones humanas y legítimas, ha brillado siempre por su ausencia. 

Volvamos al significado original del Valle que es imposible de resignificar. Cuando, después de casi 20 años de construcción del conjunto monumental (basílica, monasterio y cuartel de juventudes), y ⁹ante la negativa de muchas familias de sus caídos a trasladar allí sus cuerpos (que yacían en monumentos dignos y significados por toda España), se decretó vaciar fosas derivadas del conflicto bélico entre 1936 y 1939 y comenzó una operación clandestina de profanaciones de cuerpos de republicanos en múltiples cementerios para su traslado al Valle, ¿se resignificó el mausoleo? ¿Se intentó en algún momento una supuesta reconciliación postmortem? En absoluto. Las familias no fuimos nunca informadas y, por la obsesión de que la gran y costosa tumba colectiva no quedara vacía, se inhumaron todos los cuerpos trasladados bajo dos idénticas inscripciones en el acceso a las criptas del Santísimo y del Santo Sepulcro: “Caídos por Dios y por España”, sin perder para nada el significado original del monumento.  

Esas malas maneras de la dictadura de Franco se perpetúan ahora con el nuevo proyecto de resignificación, que en el largo camino que tenemos que recorrer para recuperar los cuerpos de los nuestros supone para nosotros un agravio añadido. Cuando fueron llevados allí no se consideraron esos cuerpos y ahora, tras un acuerdo entre Gobierno y Vaticano, se pretende eludirlos de nuevo en lo que es una nueva claudicación de los gobernantes respecto de la Iglesia. Una especie de genuflexión y beso de anillos eclesiásticos que me traslada al 8 de septiembre de 2010, cuando, en una de las visitas al Valle –donde el gobierno de Rodríguez Zapatero realizaba unas catas para evaluar el estado de los cuerpos y la viabilidad de su identificación–, el representante de Patrimonio Nacional que nos recibió se arrodilló ante uno de los monjes y le besó el anillo, casi con pasión. Esa fue la imagen más premonitoria de lo que ahora es el acuerdo para perpetuar la comunidad benedictina del Valle, la cruz más alta de Europa y el inmenso improperio que representa mantener toda la simbología en una España que sueña –sin serlo– con ser del todo libre y democrática. Nada de eso. Nueva sumisión a la Iglesia y prolongación de lo “atado y bien atado”. 

Y por encima de nuestros familiares, rehenes de dictaduras y de supuestas transiciones democráticas, ahora lo quieren convertir en un museo y en un centro de interpretación. Si cuentan realmente lo que alberga el interior del monumento y detallan las profanaciones que lo llenan muy a pesar nuestro, lo acabarán convirtiendo en el referente de un pasado oscuro que, si tienen un poco de sensibilidad, ahuyentará a los visitantes.

Que inviertan los 31 millones de euros en hacer posible que salgan de allí de una vez los cuerpos reclamados por sus familias, que trasladen a un nuevo mausoleo neutral el resto de los cuerpos, que se expliquen allí las causas de sus muertes y que dejen que la naturaleza haga su curso y se encargue de devolver a ese rincón de la Sierra de Guadarrama la belleza que Franco le arrebató tras su victoria militar.