
Las personas que ‘ponen el cuerpo’ por la vida salvaje frente al turismo masivo: “Es el planeta de varios millones de especies”
Biólogos y ambientólogos intentan aliviar el efecto que la masificación turística tiene sobre la fauna y la flora como tortugas marinas siendo atosigadas hasta resultar heridas o chorlitejos patinegros abrumados por el gentío en las playas
Enfermos de éxito: la mayoría de los parques nacionales señalan la amenaza de la masificación por el turismo
La vida de ‘Berta’ y ‘Berto’, dos chorlitejos patinegros, es, en el mejor de los casos, compleja, y, en el peor, imposible. Los primeros pollos de la temporada de la pareja nacen cuando el verano está a punto de comenzar, y han de ser criados hasta agosto. Hasta ahí no parece una tarea excesivamente ardua. El remate está en el hecho de que el ave habita en lugares como las playas. Parte de su vida, por tanto, transcurre entre gritos, sombrillas, altavoces y latas de cerveza.
El cóctel explosivo se completa con esta cifra: 93,8 millones. Es el número de turistas extranjeros que vinieron a España el año pasado, cuando el país alcanzó su cifra histórica más alta, según datos del INE. Catalunya, Baleares, Canarias, Andalucía y la Comunidad Valenciana fueron las comunidades más visitadas. Cada una de ellas en solitario concentró más turistas que la suma de las 11 situadas a la cola del ranking.
Son muchas las especies que, como Berta y Berto, tienen que sufrir las consecuencias de la creciente masificación. “Para muchas personas, los entornos naturales como las playas son una simple prolongación de la ciudad”, espeta Andreu Escrivà, ambientólogo, doctor en biodiversidad, y educador ambiental. “Tenemos límites para todo, todos los días, pero en lo que se refiere al medio natural, no los aceptamos”, reflexiona.
“Tenemos la concepción de que la Tierra es nuestra y de que podemos someterla. La Tierra es el planeta de los humanos y varios millones de especies más. Tenemos que empezar a entender que también es bueno para nosotros aprender a compartirla, que es nuestro deber, nuestra obligación”, prosigue.
Pese a que nos hemos adjudicado prácticamente la totalidad del planeta, cuando se acotan unos escasos metros de la costa para proteger un ave como el chorlitejo, hay gente que se queja. “Se llevan las manos a la cabeza porque les han quitado un trozo de playa a pesar de que tienen una kilométrica para ellos”, señala el ambientólogo.
Tenemos límites para todo, todos los días, pero en lo que se refiere al medio natural, no los aceptamos
Ante el turismo masivo y la falta de límites, cada vez más especies se ven arrinconadas. Pero hay personas, muchas veces anónimas, que tratan de echarles un cable altruistamente, que se niegan a no mirarlas.
‘Guardianas’ de la fauna y la flora
Es el caso de Estefanía, la bióloga —y ahora divulgadora— que ‘bautizó’ a la mencionada pareja de chorlitejos para que fuera más sencillo contar su historia. Puede llegar a pasarse hasta seis horas sentada en la arena observando “por amor al arte” a esta pareja y a otras más que recorren las dunas de La Playa de la Mata (Torrevieja). Mantenerlos a salvo es todo un reto.
Su historia con ellos comenzó durante la pandemia. A consecuencia del confinamiento, varias parejas habían decidido nidificar otra vez en la zona. Para una especie que está incluida en el Libro Rojo de las Aves de España como una especie “en peligro”, cualquier pareja que logre sacar adelante a sus crías es ya un éxito.
Estefanía Alonso en la Playa de La Mata de Torrevieja.
Un día vio un nido que estaba muy cerca de una pasarela de madera que bajaba a la playa. “Era un sitio donde todos los días una familia con niños se ponía a jugar, y su nido es muy críptico, prácticamente invisible. Y yo pensaba: ‘¡Madre mía, lo van a pisar!’”. A partir de ahí, no pudo desentenderse.
“Si no hacía nada, sentía que estaba fallando, de alguna manera. Pensaba: ‘Les conozco, sé que están aquí, sé el problema que tienen, no me puedo quedar quieta’”, explica. Entonces atravesaba una gran crisis vital, y esas aves fueron la última pieza del puzle, que se resolvió en un proyecto de conservación y divulgación que finalmente pudo contar con la ayuda del ayuntamiento de la localidad.
Si no hacía nada, sentía que estaba fallando, de alguna manera
Ahora, algunos metros de la zona se encuentran balizados y señalizados. Juan Antonio Pujol, biólogo municipal, explica que intentan informar a la gente y hacer campañas, pero cada poco tiempo (meses, a veces semanas) hay quienes rompen los carteles y arrancan los postes y las cuerdas. “Más allá no puedo ir. Ahí ya tienen que intervenir los agentes de la autoridad”, afirma.
Y continúa: “Pese a que todas las especies silvestres son competencia de la Generalitat Valenciana, como faltan medios y falta personal, soy un fuerte convencido de que los ayuntamientos tenemos que echar una mano, porque también tenemos competencia para ello”.
Turistas que atosigan a las tortugas marinas
Prácticamente a la par que Estefanía daba forma a su proyecto, Pablo (@pablo.dive) se encontraba en Tenerife, grabando un vídeo para Instagram, enfurecido. “El Gobierno de Canarias quería sacar un proyecto que podría vulnerar una zona muy sensible. Consistía en ‘turistificar’ los charcos de marea —zonas intermareales que quedan entre la baja y la pleamar— que tenemos en Canarias. En esos charcos se refugian y desarrollan un montón de crías de peces que, cuando ya tienen cierto tamaño, salen al océano”.
“Decidí hacer una publicación explicando las consecuencias de este proyecto y se hizo viral. Comencé una campaña de recogida de firmas, y hubo un movimiento ciudadano muy potente. Al final, el gobierno de Canarias acabó rechazando el plan”, relata. Pero esa solo fue su primera trinchera.
Pablo Martín.
Ahora, como biólogo marino, su foco está puesto en defender a las tortugas marinas del turismo masivo: “A lo largo de estos años he tenido que ver cómo, debido a la masificación, había cada vez más buceadores que las molestaban hasta el punto de que muchas han acabado muertas o heridas”. Las más comunes en Canarias, la verde, la boba, y la laúd, han recibido la categoría de “en peligro” o “vulnerable” por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza).
“Los buceadores las agarran, se ponen veinte de ellos alrededor de una sola de ellas, impidiendo prácticamente que suba a respirar, les dan de comer, generando en ellas una dependencia a los humanos, las sacan del agua, hay motos alrededor… Comencé a advertir en Instagram que si veía alguna empresa de buceo permitiendo hacer eso, la iba a exponer públicamente”.
Hay tortugas que aparecen reventadas por el impacto de lanchas que van a toda velocidad. Tenemos la desgracia del turismo masivo y de que el gobierno lo vende como un turismo sin límites
“No hay carteles puestos acerca de las normas que deberían seguirse con las tortugas, no hay vigilancia. También hay muchas que aparecen reventadas por el impacto de lanchas que van a toda velocidad. En Canarias tenemos la desgracia del turismo masivo y de que el gobierno lo vende como un turismo sin límites”, opina. Este periódico ha preguntado al Gobierno de Canarias por estas afirmaciones, sin obtener respuesta.
Más allá del cemento
A unos 1.460 kilómetros de Pablo se encuentra Susanne, en Marbella (Málaga). Ella vigila que las personas que discurren por una zona dunar (ahora protegida) respeten a las especies que habitan allí, como los camaleones comunes, los eslizones, o plantas como la algodonosa. Intenta que se las perturbe lo menos posible.
“Hace más de 20 años que desde la Asociación Pro Dunas iniciamos nuestra lucha contra la masificación urbanística, nos pusimos frente a las máquinas. De no ser así, ya no existiría ninguna franja de pura naturaleza”. Se refiere a que consiguieron detener la construcción de un ‘Beach Club’ en la duna La Adelfa y, en su lugar, propusieron que se declarase la zona como una reserva ecológica. Así lo lograron en 2015.
El turismo también está cambiando. No todo el mundo quiere ver cemento en las playas
Ella y alrededor de una decena de personas más vigilan voluntariamente el área. Supervisan que nadie transgreda el lugar y tratan de mentalizar a los turistas que quieren disfrutar del espacio, explicarles que no han de subirse a las dunas. Cree que esos más de 220.000 metros cuadrados protegidos son una de las pruebas de que “el turismo también está cambiando. No todo el mundo quiere ver cemento en las playas”, asegura.
Ahora están intentando avanzar con la Junta de Andalucía en la regeneración y reforestación de la posidonia oceánica, imprescindible para la salud del mar. “Aún no hemos conseguido el permiso. Nos está costando un poco. Estamos haciendo otra vez mentalización sobre los políticos”, explica.
Vigilantes de la Asociación Pro Dunas en Marbella, con Susanne a la derecha.
¿Podemos hacerlo de otra forma?
Pese a que Estefanía, Pablo, y Susanne están al pie del cañón en estos tres municipios masificados por el turismo, la norma no son ellos, y lo que pueden abarcar solos es más bien poco.
“Si tenemos una presión que está degradando fuertemente un ecosistema o una ciudad, lo que hay que asumir es que hay que limitar esa presión”, plantea Escrivà. “Se nos ha enseñado a dominar, pero falta pensamiento crítico, plantearnos: ‘ostras, ¿estamos haciéndolo bien? ¿Podemos hacerlo de otra forma?’”.
Chorlitejo Patinegro en la orilla de Playa de La Mata (Torrevieja), a la que se acerca para buscar alimento, junto a una botella de plástico.
“Aunque falta esa educación ambiental de base, lo que pasa también es que muchos ayuntamientos, gobiernos autonómicos, o estatales, tampoco indican las cosas con claridad. Es decir, tú puedes ir a muchos lugares y que no haya ningún cartel que te indique que ahí hay fauna o flora sensible”, explica el ambientólogo.
Y, si hay carteles, continúa, en muchas ocasiones no hay nadie que vigile que se cumpla lo indicado. “Faltan figuras de protección ambiental”, señala. “No puede ser que en lugares como la Dehesa de la Albufera, que tiene una importancia internacional, tú tengas esas señales de ‘prohibido subirse a las dunas’ y haya personas encima de ellas sin que pase nada. Al final, quienes estamos sensibilizados, tratamos de ‘reñir’ a esa gente, pero casi nunca sale bien”.
Faltan figuras de protección ambiental. Al final, quienes estamos sensibilizados, tratamos de ‘reñir’ a la gente, pero casi nunca sale bien
E insta a seguir profundizando en la reflexión que muchas ciudades están promoviendo respecto al turismo masivo: “Tenemos la ilusión de que podemos ir absorbiéndolo todo sin que pase nada, y no asumimos la realidad de los límites físicos. Las cosas tienen un tope. Los seres humanos siempre estamos intentando trascender o empujar hacia atrás los límites”.
De cara a la Semana Santa o el verano, recuerda algunas de las normas esenciales que hay que llevar siempre ‘en la maleta’: “No dejar rastro” en el entorno natural al que uno vaya (llevarse consigo los residuos. También los biodegradables, como los bocatas); evitar la contaminación química que provocan perfumes, cremas cosméticas, o algunos protectores solares en lagos o mares; no salirse de los senderos marcados; llevar atados a los perros; no recolectar piedras, conchas, etc.; tratar, en la medida de lo posible, de no hacer ruido; evitar luces artificiales; no molestar a los animales ni dañar la flora; y no entrar en las zonas restringidas.