
Modelos masculinos
Tenemos que hacer algo para que nuestros jóvenes varones sean felices siendo hombres, que tengan una idea clara de cómo comportarse para ser aceptados y apreciados socialmente, que no piensen que las mujeres los están aplastando, que sean capaces de identificarse también con modelos femeninos como hicimos nosotras al identificarnos con protagonistas varones
En los últimos tiempos se lee y se oye cada vez con más frecuencia que los chicos adolescentes y jóvenes están teniendo graves problemas con su identidad masculina en una sociedad en la que parece que se ha perdido el consenso de lo que debe ser o hacer o tener un hombre para poder serlo y sentirse adecuado en su papel.
Da la impresión de que, por primera vez en la historia, las chicas lo tienen más fácil. A las mujeres se nos educó siempre entre grandes limitaciones, diciéndonos -además de cómo debíamos ser- sobre todo cómo no debíamos comportarnos, qué cosas nos estaban vedadas, qué actitudes, palabras, actos y hasta pensamientos nos estaban prohibidos. Desde siempre, las mujeres crecimos en un marco muy estrecho y las más inteligentes o las más activas crecimos sabiendo que la única solución que nos quedaba era rebelarnos, ir avanzando paso a paso contra todo tipo de obstáculos y dificultades para ir consiguiendo lo que deseábamos, que era, al fin y al cabo, tener los mismos derechos que los varones y la misma consideración social y profesional, poder ejercer las mismas profesiones y, a igualdad de trabajo, igualdad de sueldo. Todas ellas cosas sensatas y lógicas que, poco a poco, han ido siendo comprendidas y apoyadas también por muchos hombres.
Las mujeres teníamos modelos femeninos a nuestro alrededor, así como en la literatura, el teatro, el cine, las revistas, la televisión… modelos que nos ayudaban a posicionarnos: ¿queríamos ser de mayores como esta o aquella o queríamos ser todo lo contrario? Pero también teníamos además, sobre todo en la literatura y en el cine, muchísimos modelos de protagonistas masculinos con los que podíamos identificarnos, porque protagonistas femeninas había muy pocas y todas lo pasaban fatal. Yo recuerdo, de pequeña, estar leyendo “La isla del tesoro” identificándome con Jim, lógicamente. Y al leer “El conde de Montecristo” o “Los tres mosqueteros” una también tenía que identificarse con los hombres que llevaban adelante la acción, de modo que, ya de pequeñas, las historias nos estimulaban a querer ser aventureras, valientes, atrevidas, esforzadas. También había niñas, claro, que preferían identificarse con La bella durmiente o con Cenicienta, pero hasta ellas, al crecer, se fueron dando cuenta de que no resultaba muy atractivo el plan porque, al fin y al cabo, después de la boda y el “y fueron felices y comieron perdices” se trataba de ser esposa, madre y ama de casa, como en la vida de tu alrededor, aunque las princesas tuvieran vestidos más bonitos.
Ahora las chicas estudian con mejores resultados, van a la universidad, tienen más titulaciones y mayor éxito que los varones, trabajan en todo tipo de sectores, cada vez más ganan mejores sueldos que muchos hombres y, con frecuencia, han dejado de tener el matrimonio y la maternidad como plan de vida.
Da la sensación de que, por el contrario, los chicos han perdido el norte. Ya no tienen claro qué se espera de ellos. Antes todo hombre sabía que tenía que ser el proveedor de su casa, el cabeza de familia. Si quería poder mantener relaciones sexuales regulares y socialmente aceptadas, era crucial encontrar a alguien con quien casarse y para ello tenía que procurar conseguir cuando antes tener un oficio que le permitiera mantener a su esposa y a sus hijos. Los varones también crecían con claras limitaciones de lo que podían y no podían hacer, pero su libertad de acción era infinitamente más grande y las cosas que no estaban bien vistas en un hombre no eran tantas y, en muchísimas ocasiones, ni siquiera les interesaban particularmente.
Todo el arte estaba basado en la mirada masculina, toda la literatura estaba escrita desde el punto de vista de los hombres, todos los grandes personajes literarios eran varones y, en los casos en los que un autor trabajaba con una protagonista femenina, siempre era para destruirla al final por haber querido salirse del tiesto. En clase, solo se hablaba de científicos, nunca de científicas, que también las había, pero no lo sabían ni siquiera los profesores. Todos los músicos, los pintores, los arquitectos… todos eran hombres. Solo se hablaba (y se sigue hablando) del homo sapiens (homo ludens, homo narrans, etc.). Nadie hablaba de fémina para nada. Hasta las primeras pinturas rupestres se suponía que -lógicamente- habían sido realizadas por hombres, en sus descansos de las luchas y las cacerías. Las mujeres recogían bayas y hierbas, cuidaban a la prole y a los ancianos y se comían las sobras. Nadie nos dábamos bien cuenta del sesgo misógino que aquello suponía, por no hablar de la falta de rigor científico.
Ahora los chicos, a pesar de que ya han nacido en un entorno en el que las mujeres están por todas partes, no encuentran un consenso universal de cómo deben ser hombres en la época en las que les ha tocado nacer. Desde la guardería, casi todas las personas con las que se relacionan son mujeres. Cada vez hay menos hombres en profesiones docentes que puedan servirles de modelos, aunque sean modelos negativos (esos casos en los que uno dice “de mayor, no quiero ser como él”). Los cuentos infantiles, después de tanto tiempo de dar la primacía a los hombres, ponen el foco en las niñas y las estimulan a ser directas, valientes, emprendedoras, mientras que a los niños se les da el mensaje de que sean pacíficos, empáticos, solidarios. En la literatura juvenil se hace mucho hincapié en cuestiones de género y se estimula a que cada una y cada uno viva su sexualidad del modo más auténtico y libre, lo que está muy bien y hacía mucha falta, pero deja en una especie de limbo a los varones heterosexuales. Resulta casi paradójico que, tratando de evitar ese machocentrismo que detestábamos, ahora estemos dejando sin modelos a los muchachos que quieren saber cómo crearse una identidad masculina sana, no tóxica. Estos chicos tienen padres y abuelos, evidentemente, pero de otras generaciones en las que los comportamientos eran distintos. Esos comportamientos ya no les gustan, ya no les sirven, pero no pueden sustituirlos por otros nuevos porque tampoco se les muestran ni se les ofrecen como alternativa apetecible.
Ese limbo y esa falta de modelos han llevado a la existencia de la manosfera y hacen que muchos jóvenes estén empezando a dejarse llevar a planteamientos anticuados, machistas, casi trogloditas, que son capitalizados por partidos de extrema derecha que los convencen de que los hombres son, siempre han sido y deben seguir siendo el culmen de la Creación (así, con mayúsculas) y su deber es sojuzgar a las mujeres, con la violencia si hace falta, “ponerlas en su sitio”, como se dice de una manera tan natural que da la impresión de que existe ese sitio en el que hay que poner a ciertas personas que, por su sexo, su color de piel, sus creencias religiosas… son distintas a los varones blancos heterosexuales y no solo distintas, sino inferiores.
Cuando uno tiene un problema que le hace sufrir día tras día y llega alguien que le ofrece una solución, la mayor parte de las personas la aceptamos con avidez. Estos chicos jóvenes están empezando a ser convencidos por otros de que la solución es volver a los tiempos en los que “las cosas estaban como debían”: los hombres arriba, las mujeres abajo; los hombres mandan, las mujeres obedecen; los hombres necesitan sexo y las mujeres están ahí para proporcionárselo, tanto si les apetece como si no. Los están convenciendo de que el sexo es un derecho y las mujeres no pueden negarse. Les están ofreciendo modelos de hombres musculosos, emocionalmente fríos, solitarios, duros, desconfiados… el tipo de hombre que solo se reúne para hablar o beber con otros varones, que domina una estrategia de seducción de mujeres para conseguir relaciones sexuales, pero no se compromete ni se fía jamás de una mujer. Las redes están llenas de ese tipo de modelos tóxicos que a muchos adolescentes les resultan atractivos porque les dan la sensación de que, si los imitan, tendrán el control de su identidad, de su vida propia y también de la vida de las mujeres que desean o necesitan.
Tenemos que hacer algo para que nuestros jóvenes varones sean felices siendo hombres, que tengan una idea clara de cómo comportarse para ser aceptados y apreciados socialmente, que no piensen que las mujeres los están aplastando, que sean capaces de identificarse también con modelos femeninos como hicimos nosotras al identificarnos con protagonistas varones y aprender otros valores que nos han ayudado en nuestro desarrollo, dándonos cuenta de que todos somos seres humanos y lo de ser hombre o mujer es solo un accidente biológico al que no deberíamos darle tanta importancia.
Series como la excelente ‘Adolescence’ presentan un aspecto de este grave problema y nos ayudan a reflexionar, pero lo que necesitamos son soluciones, ya. Porque los niños crecen muy deprisa y, una vez llegados a la edad adulta, apenas resulta posible cambiar. Si no queremos encontrarnos a la vuelta de diez años con un par de generaciones de hombres o bien desnortados y deprimidos o bien agresivos y machistas, tenemos que atajar la situación ahora, ofreciéndoles modelos que puedan seguir.