Lo que no sabías del Palacio de La Granja, el Versalles español escondido en la sierra

Lo que no sabías del Palacio de La Granja, el Versalles español escondido en la sierra

Residencia de verano de los Borbones durante más de dos siglos, hoy es uno de los siete palacios gestionados por Patrimonio Nacional y conserva un sistema hidráulico del siglo XVIII, una fábrica de cristal activa y algunas de las fuentes monumentales más espectaculares de Europa

Así es el Palacio Real de Madrid, el mayor edificio palaciego de Europa Occidental

A solo diez kilómetros de Segovia, entre pinares y montañas, se alza uno de los conjuntos palaciegos más singulares del patrimonio español. El Palacio Real de La Granja de San Ildefonso fue concebido por Felipe V como un retiro privado y se convirtió en una versión hispánica del Versalles de sus antepasados franceses. Rodeado de jardines barrocos, fuentes monumentales y un sistema hidráulico excepcional, La Granja no solo encarna la estética del absolutismo ilustrado, sino que también ha sido testigo de episodios clave de la historia española. Tres siglos después de su fundación, sigue siendo un lugar cargado de simbolismo, gestionado por Patrimonio Nacional, y abierto a la visita pública..

Un patrimonio estatal entre siete palacios

El Palacio forma parte del conjunto de siete residencias reales administradas por Patrimonio Nacional, junto con el Palacio Real de Madrid, Aranjuez, El Pardo, Riofrío, La Almudaina (Mallorca) y el Monasterio de El Escorial. Aunque ya no cumple funciones institucionales regulares, La Granja conserva una presencia significativa en el imaginario nacional. Su uso se ha diversificado en las últimas décadas con visitas patrimoniales, actividades culturales, exposiciones y eventos escolares. Como ocurre con otros inmuebles históricos de titularidad estatal, su mantenimiento y programación se financian con fondos públicos, lo que reabre debates periódicos sobre transparencia, conservación y acceso ciudadano al patrimonio.

Felipe V y la corte de los veranos

El origen del Palacio se remonta a 1721, cuando Felipe V, el primer Borbón en ocupar el trono español, adquirió una finca propiedad de los monjes jerónimos para levantar un palacio de retiro. Afectado por crisis depresivas y con la nostalgia de la corte francesa en la memoria, el monarca encargó un complejo inspirado directamente en Versalles. El edificio fue ampliándose con sucesivos reyes hasta conformar una residencia de verano que combinaba arquitectura sobria con interiores fastuosos. Todos los monarcas borbones, desde Felipe V hasta Alfonso XIII, usaron La Granja como residencia estacional, lo que le confirió un uso casi permanente durante más de dos siglos. Felipe V se retiró oficialmente allí tras abdicar en su hijo Luis I, y falleció en el palacio en 1746.

Fuentes mitológicas y jardines hidráulicos

Uno de los elementos más impresionantes de La Granja son sus jardines, trazados según los principios del barroco francés, con simetrías geométricas, amplias avenidas arboladas y perspectivas abiertas al paisaje. Distribuidos en terrazas, albergan 21 fuentes monumentales dedicadas a episodios mitológicos, como Neptuno, Apolo o la Fama. Estas fuentes funcionan sin bombas eléctricas: el agua cae por gravedad desde embalses situados en la sierra, lo que permite chorros de hasta 40 metros de altura. Solo se activan en determinadas fechas del año, lo que convierte esos días en verdaderos acontecimientos públicos. La fuente de la Fama, por ejemplo, es una de las más potentes de Europa y se conserva prácticamente sin modificaciones desde el siglo XVIII.

Política, fuego y reconstrucción

Más allá de su valor artístico y paisajístico, La Granja ha sido escenario de decisiones políticas relevantes. En 1836, durante la regencia de María Cristina, se firmó en el palacio el Estatuto Real, considerado uno de los pasos previos al constitucionalismo español. A lo largo del siglo XIX, el edificio sufrió incendios, saqueos y un progresivo abandono. Durante la Guerra Civil fue evacuado y sufrió daños menores, aunque la mayoría de su patrimonio se conservó. En el siglo XX, el Estado asumió su restauración como parte del plan de recuperación de sitios reales. En los años 40, el régimen franquista utilizó La Granja puntualmente para actos oficiales, antes de consolidar El Pardo como sede habitual.

La Real Fábrica y el arte del vidrio

Uno de los espacios más sorprendentes del Real Sitio es la Real Fábrica de Cristales, creada en 1727 para abastecer a la corte de lámparas, vajillas y espejos. Hoy es un museo y un centro de producción artesanal que mantiene hornos encendidos, talleres abiertos y demostraciones en vivo. En ella se conservan moldes originales del siglo XVIII y se elaboran piezas con técnicas tradicionales. Es uno de los pocos lugares de Europa donde puede verse aún el proceso completo de soplado y corte del cristal tal y como se hacía hace tres siglos. Su actividad artesanal ha sido reconocida como parte del patrimonio inmaterial y contribuye a mantener viva una tradición histórica vinculada al propio palacio.

En el interior del recinto se encuentra también la Colegiata de la Santísima Trinidad, una iglesia barroca que alberga los sepulcros de Felipe V e Isabel de Farnesio, lo que añade una dimensión funeraria y simbólica al complejo. En tiempos recientes, La Granja ha servido además como escenario de rodaje para películas y series históricas, gracias a la conservación de sus jardines, interiores y fachadas. Esta dimensión audiovisual ha contribuido a proyectar el palacio más allá del turismo patrimonial tradicional, atrayendo nuevos públicos a un espacio que fue durante siglos estrictamente reservado a la corte.

Un monumento menos masificado

A pesar de su riqueza artística y natural, La Granja recibe menos visitantes que otros palacios como el de Madrid o Aranjuez. Según datos recientes de Patrimonio Nacional, en torno a 200.000 personas recorren sus salones y jardines cada año, con picos de asistencia durante las jornadas de fuentes activas, en Semana Santa, verano y festividades como la de San Luis. En los últimos años, se han promovido mejoras de accesibilidad, restauraciones puntuales y una mayor oferta cultural. Aun así, muchos de sus espacios menos conocidos, como la Casa de las Flores o los patios interiores, siguen fuera del circuito turístico habitual.

El Palacio Real de La Granja de San Ildefonso no es solo un vestigio del absolutismo ilustrado: es también un lugar donde conviven la solemnidad del pasado y la vida cotidiana de miles de personas que lo recorren cada año. Sus jardines, su fábrica de cristal, sus fuentes y su historia lo convierten en un espacio vivo, en diálogo permanente entre poder, arte, naturaleza y ciudadanía. Tres siglos después, el palacio que fue refugio de reyes sigue ofreciendo preguntas actuales: ¿puede un lugar nacido para la exclusividad convertirse en un espacio compartido?