
Los niños de los ocho kilómetros: el camino a pie de Binta, Saya o Ansou para llegar cada día al colegio en un pueblo de Senegal
Los menores de Binako deben recorrer 96 kilómetros a la semana sin un medio de transporte para poder continuar con sus estudios
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A las 7.20 de la mañana, las adolescentes Binta, Saya y Mariam se reúnen en una calle arenosa de Binako, en Senegal, para partir juntas al colegio. Sin embargo, sus clases no empezarán hasta las 10.00. Su hora de encuentro coincide con el amanecer, ya que les esperan ocho kilómetros a pie antes de llegar a su centro escolar. En este pueblo de Casamance, el área más al sur de Senegal, los menores de entre 12 y 17 años pasan una buena parte de su día entre ceibas, baobabs, expuestos a altas temperaturas y calzados con cholas de plástico de colores para poder sentarse en los pupitres de su centro público más cercano, el Mancolicounda. Además, los estudiantes saben que ese camino tendrán que hacerlo también a la vuelta. Así, hasta el sábado. Los niños de Binako saben que terminar sus estudios de secundaria pasa por hacer 96 kilómetros a pie durante la semana.
Binta se ha levantado a las cinco de la mañana para poder estar lista a la hora acordada con sus compañeras. Tiene 17 años y le encantan las clases de inglés y francés. Aún no sabe si continuará con sus estudios el próximo curso, ya que su familia tiene otros planes para ella. Procede de un entorno muy humilde, donde hay días en los que no puede desayunar ni tener monedas para comprar comida en el colegio: “Me desanima no tener medios”, comenta. Los medios a los que hace referencia Binta es contar con algo de dinero que le permita vivir en algunas de las localidades cercanas donde hay centros educativos, en casa de algún conocido o familiar, para no tener que hacer estos desplazamientos tan largos.
El alcalde de Binako, una localidad que roza los 2.000 habitantes, reconoce que se ha puesto en contacto con el Ministerio de Educación de Senegal para trasladarle esta problemática. Según cuenta, la administración le ha respondido que por el momento no hay medios para la construcción de un centro escolar en la localidad. Este medio se ha puesto en contacto con este ministerio, pero no ha recibido respuesta. Así que a la espera de que haya un nuevo centro en su localidad, a los niños y niñas de Binako de pocos recursos no les queda más remedio que hacer cada día 16 kilómetros para poder estudiar.
A Binta, Saya y Marian se han sumado, como cada día, Ibrahima, Ansou y cinco menores más. A esta hora de la mañana, aunque hace algo de fresco, la marcha a pie hace entrar pronto en calor. La primera parte del trayecto es una pista de tierra rojiza rodeada de bosque. Por aquí, los niños caminan cerca de cinco kilómetros. Aunque en el primer tramo reina la soledad, ya que es una zona deshabitada, el roce de las cholas contra la tierra seca, el canto de las aves, la música del único móvil que los acompaña y las risas de los niños rompen el silencio. Son las 7.45, pero ya hay energía para gastarse bromas. Además, el trayecto de este día se ha convertido en una declaración de intenciones de cada uno de los niños, un momento para compartir sus sueños de futuro: Ansou quiere ir a España para ser futbolista ya que es un apasionado del Real Madrid; Ibrahima, trabajar en la armada, puesto que su tío es militar, y Binta, entre tímidas risas, confiesa que aún no sabe qué pasará con su vida. Cuenta que su madre vive en Guinea Bissau y su padre en Gambia y que no tiene ningún recuerdo con ellos. Vive con su abuela y los hijos y nietos de esta. Y es su tío quien va a decidir por ella.
A raíz de esta situación, se ha creado la organización canaria Ninki Nanka, que pretende encontrar una solución que evite estos desplazamientos. Su coordinador, Keba Danso, remarca que las niñas abandonan antes los estudios debido a que algunas familias, sobre todo las que están en una situación vulnerable, prefieren casarlas. “Aquí pasa que las niñas pasan años estudiando y, de repente, las casan. Por ello, se invierte más en la educación de los chicos, porque siempre las chicas se casarán”, explica. Binta se ríe si se le nombra la posibilidad de casarse y manifiesta una negación rotunda. En su caso, su tío quiere que estudie costura. No está segura de que esa profesión le guste: “¿Qué puedo hacer? Él ha decidido por mí”. A la joven le falta el dedo índice de su mano derecha y cree que no va a poder desempeñar ninguna profesión. De modo que no sabe si el próximo curso seguirá en el colegio Mancolicounda o tendrá que comenzar su formación en costura. Aun así, se levanta cada día temprano para unirse a sus compañeros y llegar al colegio.
La primera parte del trayecto es una pista de tierra deshabitada. (ALICIA JUSTO)
Los colores fríos del amanecer van quedando atrás y el día se levanta en esta parte de Casamance envuelta en un aire místico, donde, junto a la religión musulmana, reina el animismo. Más niños se suman al grupo hasta ya rozar la veintena. Entre ellos hay menores cuyas familias han podido comprarles bicicletas para acudir al colegio. Estos niños no van por su cuenta hasta el destino final, sino que acompañan al grupo que va a pie y de vez en cuando prestan sus bicis a los compañeros. Entre los niños de Binako reina la solidaridad, porque también comparten sus mochilas, en las que meten todos juntos sus libros y cuadernos.
La Suerte, como la llaman los niños, es que aparezca una moto o un coche y los pueda llevar, aunque sea unos kilómetros. Hay días en los que Modou, un joven residente en Binako, encarna esa suerte cuando sale con su coche a realizar trámites en las localidades cercanas. Desde hace cuatro años, si ve a los niños por la carretera, decide llevarlos en su vehículo, en el que pueden entrar hasta doce estudiantes. Los chicos se meten incluso en el maletero. Otros días sale expresamente para ayudarlos: “Si un día hace mucho sol o mal tiempo, cojo el coche para poder llevarlos al colegio o traerlos de vuelta a Binako y hago dos o tres viajes”, sostiene.
Como ese día La Suerte no se ha cruzado con ellos, los niños se adentran en la segunda parte del recorrido, una carretera en doble sentido de tres kilómetros donde comparten espacio con camiones, coches y guaguas. Finalmente, a las 9.59, Binta, Mariam, Saya, Ibrahima, Astou y los otros niños y niñas de Binako llegan a pie hasta la puerta del colegio. Las clases empezarán más tarde, ya que el profesorado está en proceso de elección del nuevo director y tienen otras tareas que realizar. Así que Binta o Ansou aprovechan para poder comer algo de lo que compran los niños que han traído monedas al colegio. Pero antes, Binta se reencuentra con sus compañeras de clase a las que abraza con alegría. En ese momento el profesor aparece con un cargamento de libros. Ese día trabajarán en francés ‘Mi carta más larga’, de Mariama Bâ, una obra sobre la situación de las mujeres en Senegal. Aunque no todos los niños han podido comprarlo, como Binta o Saya.
Que los niños y niñas de Binako finalicen sus estudios reglamentarios es casi un milagro, y aún es más complicado que estudien en la universidad. Danso comenta que en los últimos diez años, solo dos chicas consiguieron terminar sus estudios. Una cifra muy baja teniendo en cuenta la cantidad de niñas que comienzan en esta escuela. Para facilitar los estudios de los niños de Binako, la organización se ha propuesto la construcción de un centro educativo en la localidad con cuatro aulas en unos terrenos que ya estarían disponibles al lado del colegio de educación elemental (para niños de 5 a 12 años). “El Ministerio dice que si tenemos la infraestructura, mandarán profesores”, sostiene. La construcción de este centro evitaría que las generaciones futuras, que ahora están en el colegio elemental de Binako, tengan que recorrer esos 16 kilómetros para poder continuar sus estudios. “Preguntas a los chicos y dicen que lo que les gustaría es que sus hermanos más pequeños no tengan que caminar”.
Ansou, Ibrahima o Binta ya sabían desde el último curso del colegio elemental que el siguiente año no tendrían otra alternativa que caminar 16 kilómetros cada día para poder estudiar. Aún así, el agotamiento siempre está presente. Binta confiesa que llega a su casa a las 20:00, se ducha, cena y se recuesta un poco. “Cuando llego, del cansancio, no puedo ni abrir un libro para estudiar”, comenta. Además, sabe que al día siguiente a las 5:00 de la mañana deberá estar en pie de nuevo para ir al colegio.