Mary Roach, escritora científica: “Tal vez dentro de cien años no podamos creer cómo tratábamos a los animales»

Mary Roach, escritora científica: “Tal vez dentro de cien años no podamos creer cómo tratábamos a los animales»

La estadounidense trata de dar una respuesta a preguntas como qué es lo que hay que hacer con un alce que cruza la calle imprudentemente, con un oso sorprendido ‘allanando’ una morada, o con un árbol ‘asesino’

Casi 100 lobos ya tienen firmada su sentencia de muerte tras la argucia del PP para rebajar su protección legal

A Mary Roach (Hanover, Estados Unidos; 1959), psicóloga y autora especializada en divulgación científica, le gusta tenderle pulsos a la realidad, ahondar en ella, para así pasar a desplegarla con todo su entramado. Mientras otros, al empezar a escribir un libro, comienzan por lo que saben, a ella le gusta empezar por lo que desconoce: necesita meterse de lleno en un tema sobre el que no tenga respuestas. De esta forma, salen a flote grandes preguntas muy específicas, como ‘¿qué experimentos inusuales han ocurrido en nombre de la investigación sexual?’, ‘¿cómo se protege y mantiene con vida a los soldados en el campo de batalla, más allá de las armas y la estrategia?’ y, la más reciente: ‘¿Qué pasa cuando la naturaleza rompe nuestras leyes?’

Esta sed de conocer las complejidades del mundo, de presentar la realidad como es (inacabable, engorrosa), le ha hecho coronarse como una escritora superventas, y su último libro, Crímenes animales: Cuando la naturaleza infringe la ley, publicado en España por Capitán Swing, ha hecho reflexionar al público acerca de lo absurdas que resultan nuestras reglas, tal y como suelen estar planteadas, a los ojos de un oso, una gaviota, o una rata.

¿Qué fue lo que le llevó a escribir este libro? ¿Para qué preguntas buscaba una respuesta al iniciar su investigación?

Cuando me encuentro en la búsqueda de la escritura de un nuevo libro, siempre intento indagar en algo de lo que no sé nada. Al principio me interesaba un tema ligeramente distinto: la investigación forense de la fauna silvestre desde la perspectiva de los delitos contra los animales. Finalmente, por diferentes motivos, no pudo ser. Entonces le di la vuelta a la situación: ¿Qué pasa con los casos en los que los animales son los ‘criminales’? Uso las comillas porque los animales, por supuesto, siguen sus instintos. No cumplen nuestras leyes. Me encontré con un libro de 1906 que era un relato histórico de cómo se gestionaban en ese momento los conflictos entre humanos y animales. Descubrí, entonces, que existía todo un mundo alrededor de ello, con personas dedicadas a ello, a organizar congresos, y a la ciencia en torno al tema. Y pensé: ‘Ahí está mi libro’.

En ese sentido, ¿le sorprendió lo que fue descubriendo?

Me sorprendió mucho. No tenía ni idea. Por ejemplo, cuando alguien muere a manos de un animal salvaje aquí, en Estados Unidos, se produce un proceso muy similar al que ocurre cuando un humano mata a otro. En otras palabras: hay una escena del crimen acordonada, y buscan pistas. Examinan el cuerpo para averiguar qué especie llevó a cabo el asesinato. ¿Fue un humano, un puma, o un oso? Luego buscan muestras de ADN para asegurarse, porque podrían tener a un sospechoso inocente atrapado en una jaula, e intentan cerciorarse de haber capturado al animal correcto. No tenía ni idea de que existían especialistas en investigación forense y ataques de depredadores, cuyo trabajo era intervenir cuando se encontraba un cuerpo mutilado y asesinado. Me pareció fascinante que todo eso existiese.

La sociedad ha avanzado mucho en comparación a esa mentalidad de ‘matar todo lo que se mueva, matar todo lo que dañe mis cultivos, matar todo lo que amenace a mi ganado

Es impactante pensar en la severidad con la que juzgamos muchas veces a estos animales ‘delincuentes’, que, por ejemplo, nos ‘roban’ comida, o nos ‘allanan la morada’, teniendo en cuenta cómo actuamos nosotros con ellos: los arrinconamos en el mundo, menguamos sus hábitats… Sin embargo, son ellos los molestos, los que incordian.

Sí. En EEUU, en específico, creo que influye mucho el hecho de tener esta historia colonial: nos adentramos en las tierras del oeste, tomamos el control de ellas y las hicimos nuestras. Los colonos mataban a quien se interpusiera en su camino, ya se tratase de poblaciones nativas, osos, o pumas… Y esa actitud persistió durante bastante tiempo. No fue hasta los años 60 y 70 del siglo XX cuando los movimientos a favor de los derechos de los animales y del ambientalismo comenzaron a existir aquí. Y con base en ello, todavía hay mucha división. Algunos tienen esa mentalidad de: ‘Esta es mi propiedad, y a cualquiera que entre en mi propiedad, puedo dispararle’. Y otros se horrorizan y creen que ningún animal debería ser dañado, ni siquiera si mata a un humano. Tenemos estos dos extremos aquí.

Sin embargo, en su investigación, sí que se encontró con cierta ternura y empatía por parte del ser humano. ¿De qué forma diría que ha cambiado en los últimos siglos esa sensibilidad hacia los animales?

Creo que ha cambiado bastante. Hace un tiempo se realizó una encuesta que analizó la actitud de la gente hacia varios animales salvajes a lo largo de los años, y la sociedad ha avanzado mucho en comparación a esa mentalidad de ‘matar todo lo que se mueva, matar todo lo que dañe mis cultivos, matar todo lo que amenace a mi ganado’. También ha habido un cambio cultural en los servicios de fauna silvestre, quienes tradicionalmente se encargaban de la matanza, la captura y el envenenamiento. Ahora hay mucha más financiación para técnicas no letales de gestión de animales salvajes. Pero, al mismo tiempo, ha habido un retroceso en cuanto al trato que reciben los lobos en ciertos estados… Así que, dependiendo de lo que se mire, se puede tener esperanza o se puede sentir que no hay esperanza.

En España también hay división de opiniones entre los ganaderos por el lobo. ¿De qué forma se puede resolver este conflicto humano-animal?

Bueno, creo que lo mejor que ha surgido últimamente son los grupos centrados específicamente en la coexistencia. Así, al reunir en una misma sala a ganaderos, ambientalistas y a defensores del bienestar animal junto a un mediador que facilite un diálogo que no se vuelva hostil ni se rompa, los grupos no solo se hablan, sino que se escuchan. Intentan sentir empatía por lo que significa, por ejemplo, ser ganadero: ver a tus ovejas parir y, seguidamente, ver a un lobo venir y llevarse a ese cordero. Esto no solo afecta a sus ingresos, sino que también se trata de un asunto emocional. Creo que para quienes defienden el bienestar animal, esa no es su vida, y quizás no se dan cuenta. Así que simplemente se trata de escuchar un poco a la otra parte. 

Autorizar más caza, independientemente de la zona donde se permita, no soluciona realmente el problema

La otra cosa que sería genial es que hubiera comités o grupos que representaran a ambos lados y que fueran ellos quienes decidieran la legislación al respecto, en lugar de someter el asunto a votación, donde la gente afectada solo vota desde el corazón, y no siempre eso es lo mejor para los animales. Es un campo realmente difícil, complejo. Me encantó escribir este libro y hablar con esta gente, pero no querría ser guardabosques, no querría ser ganadera… 

¿Medidas como la caza son siquiera útiles para resolver esta clase de conflictos?

Usaré el ejemplo de los osos en Aspen, Colorado. Estuve allí y lo comenté con un biólogo del Servicio de Vida Silvestre que tradicionalmente se encarga de la captura y la caza. Dijo que los lugares en los que se permite cazar no son precisamente los lugares donde los osos entran en conflicto con las personas. Por lo tanto, se reduce la población de osos, pero no se está reduciendo el número de conflictos. Otro aspecto importante es que son tan solo unos pocos osos los que suelen originar los problemas. Para el momento de su asesinato, ellos ya habrán enseñado a sus cachorros, y éstos, a su vez, enseñarán a sus siguientes cachorros. Así que simplemente autorizar más caza, independientemente de la zona donde se permita, no soluciona realmente el problema de los osos, por ejemplo.

¿Se imagina un futuro en el que, finalmente, no todo gire en torno al ser humano y en el que logremos, de alguna forma, coexistir con otras especies? ¿Qué pasos habría que dar para llegar a ese tipo de mundo?

Ciertamente, podría imaginar a muchos pequeños grupos de personas lográndolo, pero como especie o como país, me resulta muy difícil imaginarlo. Sin embargo, me sorprende la cantidad de personas que, por ejemplo, son veganas hoy en día, en comparación con incluso hace cinco años. Así que tal vez dentro de cien, doscientos años, miremos atrás y digamos: ‘No podemos creer cómo tratábamos a los animales y lo que les hacíamos’, ‘¡Es increíble lo que pensábamos que estaba bien!’.

La gente sabe, todos lo saben, que un oso alimentado es un oso muerto, pero lo ven y, ante todo, desean esa experiencia con un animal salvaje. Es como una droga

Y creo que tiene que suceder como suceden otras tantas cosas: cuando miras a tu alrededor y el 35% o 40 % de tus amigos son veganos o han dejado de usar zapatos de cuero, empiezas a preguntarte: ‘¿Y por qué yo sí estoy haciendo esto?, ¿debería cambiar?’. Pero es un proceso lento, que lleva tiempo.

¿Podría contar algún ejemplo de coexistencia exitosa? 

Hay un pueblo pequeño cerca de Aspen que tiene un personal muy dedicado al conflicto con los osos, que es muy bueno educando a la gente. Encuentran a quienes no están asegurando su basura, que atrae a los animales, y hablan con ellos. La cantidad de conflictos con osos es mucho menor allí que en Aspen. Y si hay menos conflictos, la gente tiene mucha más tolerancia hacia los osos y empieza a verlos simplemente como la fauna silvestre que hay allí. Ese es un ejemplo de cómo la coexistencia ha funcionado, porque la gente no alimenta a los osos ni deja la basura sin proteger. Así que hay gente, y también hay osos, y funciona.

Somos muy estratégicos en otras cosas, pero cuando se trata de los animales, parece que a veces tenemos comportamientos mucho más impulsivos.

Y también emocionales. La gente sabe, todos lo saben, que un oso alimentado es un oso muerto [en Estados Unidos se sacrifica a algunos de esos osos ‘conflictivos’], porque han visto las señales y saben que no deben alimentar al oso, porque se acostumbrará a la gente y entonces surgirán problemas. Pero lo ven y, ante todo, desean esa experiencia con un animal salvaje. Es como una droga, simplemente quieres estar cerca de ellos. La gente camina por su municipio, se acerca a un oso en pleno día y posa para hacerse un selfie junto a él… 

En el ámbito medioambiental, en el de la vida silvestre, parece que no queremos normas, que no las aceptamos.

Así es, y sí, es un comportamiento impulsivo, porque ves al animal, sabes que no va a estar ahí por mucho tiempo, y piensas: ‘Quiero formar parte de su mundo y documentarlo’. Y la gente deja comida en la mesa de su porche para poder grabarles, y sé que, en parte, proviene de que le tenemos un cierto cariño a los animales. Lo difícil es que los animales se están acostumbrando a los humanos y esperan alimentarse de su comida. Todo esto ocurre porque la gente quiere atraerlos, estar cerca de ellos, tocarlos. Así que es un tema complicado.

Existe esa dualidad, ¿no? De que admiramos a los animales y nos sentimos emocionalmente unidos a ellos, pero en el momento en el que hacen algo que consideramos incorrecto, no les damos demasiadas oportunidades.

Exacto. Una ardilla en el parque es adorable, pero si una ardilla sube a tu terraza y desentierra tus plantas, querrás atraparla y matarla.