Faia Díaz lleva las nanas tradicionales gallegas a la vanguardia para explorar las zonas oscuras de la maternidad

Faia Díaz lleva las nanas tradicionales gallegas a la vanguardia para explorar las zonas oscuras de la maternidad

‘Alvela’ es el segundo disco de la cantante, de nuevo producido por Hevi de Malandrómeda, y en él manda un sonido minimalista, apoyado en grabaciones de campo manipuladas e instrumentos de cuerda

Hemeroteca – Dorothé Schubarth, la profesora suiza que retrató una Galicia que se extinguía a partir de su música popular

Alvela no celebra. Contiene alguna luz y sombras densas, un territorio de espinas y de raras certezas. Canta también a lo que está por venir, pero no se hace ilusiones. Folclore de la experiencia y un viaje entre el nacimiento y la oscuridad, el segundo disco de Faia Díaz es además un experimento, el que resulta de situar en un contexto sonoro de vanguardia las nanas tradicionales gallegas. “Estoy ahora empezando a buscar las palabras para explicarlo”, asegura a elDiario.es. Una de ellas es, pase lo que pase, límite: por varias fronteras transita Alvela, un trabajo autoeditado que presenta en directo el próximo 23 de abril en Santiago de Compostela y que explora los rincones menos amables de la maternidad.

“Es difícil ver el límite entre la experiencia personal y lo que se socializa”, aduce. En Alvela nada es evidente y, a la vez, todo es explícito. “Pienso que esa diferencia es sutil en el disco”, añade. Un suceso en parte tan íntimo como ser madre tratado a través de la música tradicional: diez arrolos o cantigas de berce, romances u otras coplas componen la obra. “Atraviesa su sonoridad, la búsqueda de las canciones”, entiende. Las piezas las rescató en los archivos de Dorothé Schubarth y Antón Santamarina, en las grabaciones que el estadounidense Alan Lomax realizó en Galicia en los años 50, en el desván familiar -sus padres formaron parte de Fuxan Os Ventos, legendaria agrupación folk antifranquista- y en el repertorio de Erminda Miramontes. “Vou mollar os pés nas fonte / ver a iuaga salire”, canta en E se queres, en la que un dron de viola construye un ambiente tenso, desasosegante. “El subtexto del disco tiene que ver con mi experiencia. En algunas entrevistas hablé de violencia obstétrica, pero aún estoy buscando la manera de decirlo. Me cuesta”, afirma.

Ese contraste de materiales autobiográficos con la dimensión colectiva de canción popular es, quizás, uno de los núcleos de Alvela. Al fin y al cabo, la tradición tiende a objetivar la experiencia humana y, de alguna manera, subsume la subjetividad. O no. “La trasmisión oral, esas melodías, esas letras, permiten expresar lo personal”, considera Faia Díaz, “siempre lo han permitido. Todas las mujeres que las han cantado a lo largo del tiempo hablaban de sus propias penas”. “Que vén o cocón / durmir o neno / que non dorme non”, di Cocón, sobre una figura a la vez metafísica y terrena que amenaza las noches de los niños que amenazan las noches de las madres. El tratamiento al que la somete Díaz, su voz en tono menor doblándose a sí misma casi hasta evocar un ladrido y una guitarra mínima y repetitiva que se apropia del plano, sirve de resumen de las intenciones sonoras del disco.

“Buscamos las profundidades del ser humano. Las melodías seleccionadas daban pie a ello, con su cierto carácter melancólico”, dice. La primera persona de plural se refiere a ella y a Hevi, inquieto y brillante productor del disco, el hombre detrás del rap electromutante de Malandrómeda. Dos universos en apariencia distantes que colisionaron en el anterior y primer disco de Faia Díaz, Ao cabo Leirín (2018), y obtuvieron una de las más radicales y autónomas piezas de eso que se denomina folk gallego, un registro documental de voz en situación. Alvela comparte algunas de sus constantes, aunque las hace evolucionar. “Sentía que Ao cabo Leirín era un lugar de exploración al que todavía le quedaba camino”, indica, “pensamos mucho en cómo tirar de ese hilo sin que se convirtiese en Ao cabo Leirín 2”. No lo es.

Antropología emocional

Alvela recurre, al igual que su antecesor, a las grabaciones de campo. Esta vez, sin embargo, su uso difiere. “Quisimos manipularlas, las sampleamos, las adecuamos al momento que estábamos viviendo y a lo que queríamos contar”, explica. El cencerro de la vaca Morena, que era el animal de compañía de su vecino sacristán, suena en Mixurrina. Lo detectó, de casualidad, en un video colgado en Youtube en que el paisano aparecía junto a sus abuelos y de fondo se oía el animal. O los pájaros que comparten protagonismo con la voz de Díaz en Escribíache. O la respiración de su propia hija en Maruxiña. Su hermana y su madre cantan en algunos tramos. “Trabajamos con sonidos de archivo y con nuestros propios registros”, dice, “hay una especie de antropología familiar, emocional”. Sonidos encontrados, grabaciones de campo, los seres queridos, instrumentos de cuerda, con esos mimbres teje Faia Díaz el cesto de Alvela.

A la tonalidad oscura del disco, que rompen Toutón al inicio de la segunda cara y al final Canta rola -ecos de José Afonso-, llegó acompañada de Hevi. “Creo que es algo que aquí no se ha hecho mucho, hasta donde conozco, y cuando una trabaja también busca cosas que nunca ha oído. O por lo menos es algo que a mí me interesa”, responde a la pregunta de las razones, “Hevi y yo tendemos a ese lugar”. Quizás la música gallega de raíz no lo ha trabajado de esta forma, pero las conexiones con algunos de los desarrollos más originales de las tradiciones folk europeas existen: los irlandeses Lankum, los eslovenos Sirôm. Y, en otro nivel, una de las referencias con las que Faia Díaz enfrentó el estudio, la Nico de Deserthore (1970) y su interpretación vocal hierática, avantgarde. La repetición, el tono menor, el susurro, la deconstrucción. Música contra la idea patrimonial de la música: una indagación, no un tesoro. Torch songs para recién nacidos. Y eso que no se trata, pese a todo, de un disco depresivo. “Al contrario. No es celebratorio, es más bien una denuncia, pero procurábamos un claroscuro que reflejase la experiencia de la vida, donde no todo es abajo y arriba”, señala, “intenté cantar desde un lugar de calma. Allí me llevaban las melodías y allí me coloqué gracias a mi propia memoria vinculada a la experiencia del parto. Fueron momentos más sensibles, menos luminosos”.

La música y su dimensión colectiva

Además de sus jornadas filosofando, tomando vinos y hablando de la vida con el productor, Hevi, otra persona clave en la conceptualización de Alvela fue la poeta Antía Otero –Barroco (Apiario, 2022) es su último libro. Ella le ayudó a elegir y adaptar los textos, y le proporcionó el acceso a un documento fundamental para la configuración del disco, la conferencia que García Lorca impartió en 1928 sobre las nanas infantiles. “En la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la historia, su luz permanente sin fechas ni hechos”, escribía el poeta, “la melodía, mucho más que el texto, define los caracteres geográficos y la línea histórica de una región y señala de manera aguda momentos definidos de un perfil que el tiempo ha borrado”. Al disco también han contribuido, ya en la parte musical, la arpista BleuennLe Friec, la violinista Antía Ameixeiras -de Caamaño&Ameixeiras-, la guitarrista Antía Muíño, el Suelen Estar Quartet o De Vacas.

De Vacas es precisamente otro de los proyectos en los que participa Díaz. Lo que produce resulta casi opuesto a sus elepés en solitario, una suerte de folk pop irónico, versiones de grandes éxitos de la radiofórmula traducidos al gallego y arreglados con divertidos juegos vocales. Como tampoco coincide la Faia en solitario con su trío junto al batería LAR Legido y al teclista Nacho IgMig, que se dedica a reconstruir el insondable cancionero del portugués José Afonso. ¿Qué elementos comparte este eclecticismo? “El compromiso político, con el feminismo, con la defensa de la lengua gallega. Para mí el arte, en general, es una cuestión política. Entiendo el canto y la escena desde ese lugar”, responde, “después, cada proyecto da cuenta de las realidades que una tiene dentro de sí misma. Sentimos dolor, tristeza, culpa, lo que sea, y también podemos reír y bailar y ser superficiales. Todo junto convive”.