
Leyendo a Rebecca Solnit a la luz de una vela
Hoy que todo el mundo se acuerda con risitas del kit de supervivencia europeo, hay que decir que vale, que es bueno tener en casa cerillas, una radio a pilas y conservas; pero que es mucho más tranquilizador comprobar una vez más cómo la inmensa mayoría de la gente incumple el «sálvese quien pueda» hollywoodiense, guarda la calma y ayuda a quien lo necesite
DIRECTO – Siga la última hora del apagón eléctrico que afecta a toda España
“El Gran Apagón”, titula ya a primera hora la mayoría de medios sin dar tiempo a que se derritan los congeladores, fijando temprano un imaginario apocalíptico. Todos hemos visto la película o la serie, en los últimos años son varias las que repiten el argumento: se apaga todo, llega el caos, sálvese quien pueda. Coches atravesados en avenidas y carreteras, atropellos, saqueos, peleas a muerte por el último litro de agua o de gasolina. Ya desde los primeros minutos del primer episodio de la serie.
Pero a primera hora de la tarde de este lunes de Gran Apagón, en mi barrio el caos ni está, ni se le espera. Pasa un autobús turístico de dos plantas lleno de viajeros con gorra y crema solar. Los bares siguen animados desde mediodía, con gente que bromea con beberse los botellines antes de que se calienten y comerse la ensaladilla que se va a estropear. Bromas aparte, para ser un caos es un caos muy habitable: los coches frenan en los semáforos apagados para dejar cruzar, algunos vecinos debutan como guardias de tráfico en los cruces más conflictivos. Los tranquilizadores comercios chinos siguen abiertos y la gente hace cola ordenadamente para comprar pilas. En los colegios, los profesores cuidan y tranquilizan a los niños hasta la llegada de sus familias, y a la salida hay padres que cortan el tráfico para que pasen los niños, sin que ningún conductor madmaxiano se suba por la acera. Ni un claxon se oye. Tal vez en el centro de Madrid haya más jaleo, pero no muy diferente a cualquier lunes con lluvia.
Esta película, tan distinta al habitual relato hollywoodiense, la vimos también en los inicios de la pandemia: salvo incidentes puntuales, la inmensa mayoría nos comportamos civilizadamente, respetamos las normas, ofrecimos ayuda, nos organizamos para resolver nuevos problemas. Y lo mismo pasó en la DANA valenciana. Si el apagón de este lunes durase varios días, ocurriría lo mismo que en el confinamiento o la DANA: no nos mataríamos por el último litro de agua o de gasolina, sino que la mayoría nos organizaríamos para ayudar a los vecinos más vulnerables, repartir suministros o idear soluciones ingeniosas para que los servicios básicos tuviesen electricidad. Servicios básicos que, también hay que decirlo, han respondido con rapidez y eficacia: hospitales que siguen funcionando, trenes parados que evacúan a los pasajeros mientras siguen circulando los autobuses, ningún avión se ha estrellado, y los responsables de la red eléctrica trabajan intensamente para restablecer el suministro.
A mí el apagón, como el confinamiento, como cualquier gran suceso inesperado y terrible, me coge siempre leyendo a Rebecca Solnit. Aunque sea a la luz de una vela. Se te pasa la ansiedad y la incertidumbre leyendo Un paraíso en el infierno, la investigación sobre el comportamiento de la gente común en distintas catástrofes del último siglo. Solnit confirma lo que cualquiera puede ver con sus propios ojos tras cuatro o cinco horas sin luz: que las películas apocalípticas que convierten al hombre en un lobo para el hombre son solo eso, películas, que espectacularizan una y otra vez el fin del mundo. Y la realidad, por fortuna, es más aburrida, más tranquilizadora: tu vecino no te mata, sino que te dice dónde hay un chino abierto o te ofrece velas si no te quedan, y mientras habláis os ponéis de acuerdo para cuidar a ese vecino anciano del tercero que está solo.
Ya sé que sería más épico organizar una patrulla vecinal con bates y hachas para defendernos de hordas de zombis, pero no. Hoy que todo el mundo se acuerda con risitas del kit de supervivencia recomendado por la Unión Europea, hay que decir que vale, que es bueno tener en casa cerillas, una radio a pilas y conservas; pero que mucho mejor es saber que cuando llegue el Gran lo que sea, como dice Solnit, “la gente corriente responde con creatividad y empatía al sufrimiento compartido y a las penurias del prójimo”. Es decir, que podemos contar contigo, conmigo, con nosotros.